MUSA

https://laspalabrasdescarriadas.es/2021/02/05/el-reto-de-la-semana-chica-con-un-kimono-blanco/amp/

MUSA

Cuando mi pensamiento es un sueño que visualizo y en mis ojos se refleja. Adoro mi incómoda postura que mi cuerpo muestra para su creación.

Mutua veneración existe entre nosotros, musa y creador, almas unidas por el mismo querer, el arte.

Te espero paciente, cúbreme de tus colores que excitan mi piel, apoderándose de cualquier matiz de su natural color.

Sufro de la fastidiosa hechura que mi atuendo nipón adopta frente a ti, mi autor, el fundador de mi variada estampa.

Fusiona tu amor en mí, soy pincel de un solo artista, musa de un único progenitor.

“Nota de amor expresada en un lenguaje de palabras que sumisas se esparcían en aquel papel dócil.

La joven modelo aterrada por llegar a ser una más entre otras muchas, prefiere la entrega sin nada a cambio, ofreciendo su cuerpo para ser copiado.

Y con aquella infinita desesperación sigue escribiendo su nota suicida, que hará surgir en el pintor la admiración.

No se había dado cuenta, él, que en repetidas ocasiones la escogió para ser su musa, la muchacha se mostraba enamoradiza. Pero sin duda la adolescencia en ella estaba a flor de piel.

Breitner su autor la encasilló en los exóticos retratos de coloridos kimonos, haciendo que frente al espejo la modelo mostrase su lozanía escondida en los trapos que pudiera ser, como costurera, ella misma hubiese creado también.

Aquellos grabados japoneses la inmortalizaron, apartaba del pintor, cuando con anterioridad, había partido a otra ciudad, Geesje Kwak, moría, arrebatándole la vida a los 22 años, la entonces terrible tuberculosis”

Me vestiste de colores pulcros con el kimono blanco, el que mi inocencia exhibía en tus orientales pinturas.

Y de rojo pasión en aquel otro en el que el retrato perpetuó mi imagen.

No entendí nunca tu amor por mí, intentando siempre que fuese ansioso, desembocó mi trémulo corazón en un agitado volcán.

Huyendo de ti calmé aquel fogoso pálpito que me decía que solo tu pasión por el arte, desfogaba tu virilidad y hombría sobre mí.

Por eso escribí, dejé dicho mi testimonio, que mi delicado atuendo tan solo sirvió para vanagloriarse el arte.

Tú no fuiste mi dueño, ni hurgaste en mi lienzo desnudo.

Qué jamás te tachen de lo que no fue, de lo que no hiciste…

Qué fui yo, no lo dude nadie, mi inocencia murió al dejar de pintarme.

Adelina GN

ESTRATEGIA DE LUJURIA MANUAL

ESTRATEGIA DE LUJURIA MANUAL
Adelina GN

Mi corazón no debería provocar ni sus pulsaciones alterar, el motivo podréis comprobar, si a mí a la doncella, a leer comenzáis.
Sabéis pues vos, dónde pone su mano el varón.
Os miró a los ojos y pienso en el sentir de sus dedos, que buscan allá dónde el casto nombre la espalda perdió.
Qué podría hacer vuestra merced con su diestra en mis bajos.
Mi virtud es como mi vicio, los dos a estrenar, a cantar, igual que a la amada trova el juglar.
Hidalgo vos tocar sin remilgos, rozar mis posaderas con el melindre osado, que vuestro sutil disimulo hizo tomando la jarra en la mano.
Muéstrate cual bestiario ganador que gloriosamente irrumpe en el lugar y con lujuria clava su erguida daga.  
Usías decirme a mí que os miró, aquel motivo que puedo tener, para mi boca callar y no volver a pronunciar.  
Sus ojos entornados en los que se aprecia el mal, enfocándose en mí me hieren, calentándose él me teme.
Honrosa nuestra postura, por un instante muda, que si la soledad tuviera susurros oyera, liando nuestros cuerpos con los tules, del ardiente querer.
Somos trazos de un pincel renacentista que en colores armonizó el artista.
Una vez más, venciendo la timidez a la depravación.
Qué el placer no se nos note, que me vuelva a estremecer, pues el rostro mío es el espejo, de mi erizada piel.
Sanador de lo ajeno, toma de lo mío que yo sin vergüenza bebo.
Hiló fino la doncella, embriagado el caballero de detrás sacó la mano.
Hace lo propio ella, apartando la mirada de la realidad, para que la estratagema manual volviese a comenzar.

Descubre más obras de Adelina GN

SIEMPRE ASÍ

El reto de la semana: Una madre despiojando el cabello de su hijo https://laspalabrasdescarriadas.es/2021/01/15/el-reto-de-la-semana-una-madre-despiojando-el-cabello-de-su-hijo/

SIEMPRE ASÍ
Sobre sus piernas la acomodaba, mientras sus cortos brazos abarcaban sus caderas en un abrazo peculiar.
Siempre debería de ser así, pensaba; no solamente que la llevase pegada a ella siempre. La quería proteger de cada miseria de la vida. Igual que estaba haciendo ahora.

—Ven inmundicia —Decía mientras entre sus uñas aplastaba la liendre.

Siempre así, volvía a pensar la madre que despiojaba la cabeza de su inofensiva hija.

La madre ese ser protector por excelencia que a pesar de tratarse de simples piojos no gozaba que se apoderasen del bienestar de su hija, intranquilizando a la niña con los molestos picores.

Ojalá pudiese apartar toda aquella molestia que intentase anidar en su vida, pero no sería fácil, algún día alguien la convencería de que marchase de allí y entonces fuese ella quien rascarse sus miserias.

Mientras todo aquello pensaba, la madre seguía soportando el peso de su hija sobre sus piernas, no era molestia al contrario, lo hacía gustosa y sin pensar que era una obligación.

Separaba su cabello haciendo calles en el cuero cabelludo, limpiando cada pelo perteneciente a su melena, la que tendría que cortar si de una vez por todas no radicaba la plaga de piojos que se le habían pegado.

De nuevo en su cabeza daban vueltas los años, pensando que su hija crecería y con ella su cabello. Qué pudiera ser que después de tanto trabajo en sanear su pelo largo, alguien anulase su voluntad estratégicamente y se lo cortase.

Pero todo era previsible, el qué su hija creciese, que encontrase un hombre que la moldease a su gusto, que la hiciese recapacitar de que mejor sería el pelo corto.

Concluía diciendo —Jamás dejaré que nadie te infecte.

—¿Te cansas mamá? —Preguntó la niña, mientras movía la cabeza ladeando su cuello y sacaba la cara de entre las piernas de su madre. Piernas que un día se abrieron para facilitar hasta a aquel preciso instante, su existencia.

No se podía cansar, era su hija y haría todo lo que fuese por hacer fácil cada día de su vida. Igual que hizo siempre, y lo sabía, sabía que su esfuerzo sería nulo frente a las plagas, fuesen de cualquier clase de insecto.

Probablemente el vinagre la estaba embriagado, porque aquella mujer se sintió molesta, sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, moqueaba y hasta su garganta se secó.

Trataba saliva haciendo un gran esfuerzo, pero la estrechez era tal que llegó a sentir su asfixia. Pero ella siguió, quería despojar de bichos a su hija, no quería verla así, mientras pudiese lo haría le costase lo que le costase.

Toda aquella puesta en escena, en aquel plató de colores amarronados como cualquier atardecer, era observada por el can, escuálido perro que moraba en la casa.

—¡Chispa el trapo!

—¡Aquel, trae aquel! —Las indicaciones fueron exactas para que el perro entendiese a la madre, que quería secar por un momento sus manos.

Tomó el peine para aquel menester y comenzó a dar lentas pasadas, una sucedía a otra sin pausa, pero con una precisión descomunal.

Asaltando con aquella tranquilidad a su mente, la angustia que tan solo hacía unos minutos tuvo. Era lastimoso pensar que un día toda aquella protección no continuaría.

Lloraba imaginando que cuando su hija creciese y volase del nido, ya no sería útil para ella y se valdría sola. Lamentablemente eso es lo que ocurre, pero debemos tener paciencia y fe de que todo lo que enseñamos, sea para bien.

Se arremangó impregnando de vinagre sus brazos, el olor era insoportable, pero igual que todo, lo que duele sana, le decía a la niña que intentaba levantarse ya de aquella incómoda pose después de llevar así un buen rato.

—¡No te muevas! —Todavía no he terminado —Le ordenaba su madre un poco alterada, mientras seguía diciendo.

—Yo también estoy cansada, hija.

—¿No decías, que no lo estabas, madre?

Era cierto, había dicho que no se podía cansar, que la progenitora era ella y debía priorizar cualquier asunto que incumbiese a su hija.

Pero la verdad era que estaba cansada, lo daba todo por su hija, cualquier cosa, movía cielo y tierra para facilitar el camino en la infancia de la niña.

Luego ya sería diferente, se decía, pero no, sabía que no, que se sigue amparando a los hijos tengan la edad que tengan.

Comparando la faena que estaba emprendiendo en aquel instante con la vida se daba cuenta que la similitud era comparable. Diciendo a la niña que la mirase, la tomó del mentón y con ternura le levantó la carita.

—¿Ves lo que estoy haciendo por ti?

—Sí —contestó la niña

—Pues ojalá pudiera resguardarte siempre y que siempre fuese así.

—¡Siempre voy a tener piojos, madre!

Sonrió y refugió con sus manos la cara de su hija, mientras limpiaba con sus pulgares la pena de la niña al pensarse siempre infectada del molesto parásito.

—Tranquila hija mía, pero repito siempre así debería de ser.

La niña volvió a retomar la posición que tenía cuando se dejó caer en las rodillas de su madre. Toda la estampa era la misma, madre e hija adornaban la estancia humilde que bien parecía un cuadro de pintura clásica.

La niña abrigada entre aquellas piernas protectoras, dejó que su madre terminase de despiojarla. Las continúas caricias la adormilaban, mientras ella despertaba entonces a la realidad.

Jamás se puede resguardar en demasía a los hijos, apoyar en modo extremo no es tampoco lo adecuado. Por todos aquellos pensamientos de culpabilidad su madre, peinaba entonces con cuidado el cabello de la niña.

Haciéndose una reflexión sobre todo lo que había pensado, llegó a una conclusión…

Proteger a su hija con mesura, que su camino no fuese aplanado de forma que cuando se llenase de piedras, que se llenaría, ella fuese capaz y tuviese fuerza suficiente y las pudiese apartar.

Peinó a su hija, mientras pensaba, acariciando su pelo con suavidad, mientras seguía siendo contemplada por el perro. Sintió el respirar profundo de la niña que confiada en el regazo de su madre se dormía tranquila y serena de estar libre de plagas. Y parásitos que pudiesen perturbar su vida.

Adelina GN