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Querido diario:
Son muchos los días, y alguna que otra noche que escribo en tus páginas. Ellas han recogido siempre mis dudas, mis enfados y todo lo vivido alegremente.
Cuando crecí y llegué a una cierta edad en la que ya entendía lo que me decían. Mi madre, recuerdo que me sentó en una silla, donde me colgaban las piernas, era una niña, pero parecía que ya debía de saber ciertos aspectos de comportaniento.
Aquel día pregunté…
¿Y no debo de entrar?
¡Nunca! Me contestaban rotundamente.
Se sabe que cuando te prohíben algo, es lo que más ganas tienes de hacer.
Pienso en aquellos momentos y apoyando mi mano en la barbilla, modo pensador, sonrío, ya que a pesar de las advertencias de mi madre, subí muchas veces hasta a aquel descansillo.
Desde allí escuchaba pisadas, cada año eran menos sonoras, no tenían nada que ver a las carreras que oía cuando era una niña.
Las noches las recuerdo muy tristes, mi mamá siempre me dejaba para la última, primero daba las buenas noches a mi hermano pequeño y luego se acercaba a mi habitación, me subía las sábanas y me besaba pidiéndome que yo lo hiciese dos veces en su frente. Era entonces cuando se llevaba parte de mi ropa, y me decía que era para lavar.
Nunca tuve intención de desobedecer, pero muchas fueron las veces que me arriesgué y llegué hasta la puerta, ésto nunca lo conté, ni lo escribí en estas hojas que consolaban mis nervios, cuando pegaba el oido y escuchaba aquel respirar tan agitado como el mío.
Sin duda a llegado el día o mejor dicho la noche, ya que mañana descubriré el secreto de que es lo que se esconde trás la puerta de la habitación de arriba.
Y para que quede costancia de lo vivido, lo escribiré como lo he hecho hasta ahora, en este mi diario.
Querido diario:
Eres mi fiel testigo de las confidencias que no puedo contar.
Gracias por escuchar siempre a mi corazón.
Atento a mis dudas, guardián de tantos secretos.
Hoy te quiero confesar aquello que nadie jamás quiso que supiera.
Quizás por evitarme sufrimientos, por ese motivo no guardo rencor, a partir de ahora tendrán mi ayuda, nunca volveré desde aquellos escalones, atrás, porque la actitud es adelante y sin bajar la cara.
Pensando en que si me veían allí y tan decicida iban a amonestar mi curiosidad.
Subí aquellos escalones, mi hermano prefirió quedar medio escondido, no le entusiasmaba mucho ser mi cómplice, pero para mí ya había llegado el momento de saber.
En el descansillo me detuve como siempre hacía, pero con la idea fija de continuar.
Puse mi mano en el pomo de la puerta y me acerqué a ver si escuchaba algo, pero el silencioso momento, paralizó mi acción de abrirla y aceleraba mi corazón.
Como no tenía mucho tiempo, pues mis padres volverían y me encontrarían allí, me armé de valor, que era bien poco, y empujé la puerta después de mover mi mano para abrirla.
Creí que me caía, la persona que había usado mi ropa se encontraba allí delante de mí.
Una mujer tullida me miraba con ojos de dolor, sus pies no acertaban bien para avanzar y su boca babeaba.
Era como mirarme en un espejo maldito, era mi viva estampa, idéntico rostro ambos, diferenciados solamente por aquellos defectos.
Querido diario:
No puedo permitir que mi hermana esté en soledad por más tiempo.
Mañana hablaré con mamá y le diré que permita que mi gemela viva con nosotros.
Hay que avergonzarse de la malas acciones, no de la vida por defectuosa que sea.
No hay mayor defecto que la falta de empatía con los más débiles.
©Adelina GN

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