Sin pretender hacer alarde de mujer enamorada, comienzo una nueva novela proyectando esa condición romántica en ella y para mis lectores, puesto que el título de esta no dista demasiado lejos de lo que estamos leyendo, espero ahora que lo recordéis, como bien escribo va a estar basada en los recuerdos y en el afán de no olvidar a alguien manteniendo estos vivos.
Comenzará diferente, como si estuviéramos abriendo la novela por la última hoja y leyéramos en sus primeras frases un final que dará pie a la historia que recordará para nosotros el segundo protagonista de la misma.
Emprendamos pues la lectura que hará del menos romántico, un sensiblero de pro, viéndose en masculino, tanto como en femenino identificado o identificada, con lo aquí narrado o eso, en el mejor de los casos es lo que espero.
Adelina GN
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Sus manos se entrelazaron sintiendo en aquella dermis arrugada como a uno de ellos se le escapaba la vida.
La habitación en penumbras y la fiebre alta provocó el sueño de quien intentaba aferrarse a la vida desde aquella cama, en una habitación que parecía haberse escapado de un plato decorado para grabar una película sobre un palacio del siglo XVI.
Soltó despacio su mano dejándola descansar sobre su pecho, se sentó en la isabelina tapizada de un rojo vivo y cruzó sus piernas como acostumbraba a hacerlo, el tenue rayo de luz que entraba por la ventana pasaba sobre su hombro, no haría falta encender la luz para descifrar las letras que escritas le mostraba el libro que comenzaba a leer para entretener las horas de vigilancia al enfermo.
Cuando su brazo se desplomó haciendo que el bastón que estaba apoyado a su lado resbalase hasta dar en el suelo, no había ninguna duda, se había dormido…
Al ruido escuchado, Mario se despertó sobresaltado llamando a su amigo con un hilo de voz…
Pedro me muero… me muero Pedro…
Sus palabras se debilitaban cada vez más, hasta llegar a enmudecer del todo…
Solo lo miraba, sin poder moverse, ni hablar y viendo que su vida se acababa, dos lágrimas cayeron por sus mejillas, siendo el perfil de su amigo lo último que sus ojos viesen antes de cerrarse…
Entonces y como si de una cruel casualidad se tratase su amigo… comenzó a soñar…
Estaba siendo un otoño un tanto atípico, la climatología no correspondía a la estación en la que se encontraba Valencia, luciendo de un sol radiante en la mayoría de los días, acercándose a esa fecha en la que los valencianos hermanados con los maños honran a la Pilarica. Pero la nubosidad de su cielo se cerró, dando paso a una terrible gota fría, la tormenta se desataba y el aluvión descomunal dejaba la soleada ciudad, húmeda y sumergida en su totalidad.
La tragedia les iba a dar la oportunidad de conocerse, tanto a ellos como a muchos en que a consecuencia de una desdicha el destino une, haciendo de una desventura la mejor de las felicidades y como no hay mal que por bien no venga, el criticado organismo del servicio militar hacía coincidir en una Valencia cubierta de lodo a dos blancos inmaculados soldados que si su tendencia sexual hubiese sido excusa para ello, se hubieran declarado objetores de conciencia.
Lo sé con certeza, además me voy a permitir el lujo de contarlo, yo era uno de ellos, el tercero en discordia como se suele decir, también ocultando aquella enfermedad como por aquel entonces se le llamaba, sin poder presumir de que te sentías mucho mejor rodeado de hombres o corrías el peligro de que la justicia te rapase el pelo para identificarte del resto de los hombres normales, llamados así aunque puedo asegurar que los armarios como ahora se califican al escondite, estaban cerrados a cal y canto.
Ese día yo conducía uno de los camiones que llevaba a los chicos del ejército a recoger con palas las grandes montañas de barro que dificultan el día a día de la capital, otro compañero mío se encargaba de transportar las herramientas necesarias para aquella pesada y doliente faena, ya que en muchas ocasiones debajo de aquellas moles de fango encontrábamos a las víctimas de la riada despojadas de sus ropas, como sus madres las trajeron al mundo, que las entonces crueles aguas del río Turia les habían arrebatado.
Entre aquellos jóvenes se encontraba Pedro, un recién incorporado a filas que venía de Madrid para ayudar al igual que muchos otros desde diferentes ciudades, a limpiar y acicalar para las fiestas navideñas nuestra entonces pantanosa Valencia.
Allí en una de las zanjas traído en otro vehículo junto a cuatro más estaba Mario, un chico que más que del lugar parecía un exótico rubio americano, con su delicada figura confundía a todo aquel que lo veía cavando, apartándose así del papel de afeminado.
Pero para Pedro no pasó inadvertida su condición, por una de las acciones que hizo mientras realizaba el trabajo, entendiendo como yo entendía, sabía que él también se había dado cuenta de aquella manera tan especial que tenemos de ser limpios, como los chorros del agua y de no manchar nuestra imagen aunque estuviésemos por obligación revueltos en la mierda.
Cuando la oscuridad se hacía latente recogíamos a los chicos llevándolos al campamento improvisado en aquel lugar que habíamos tardado tanto en encontrar, pero bueno ahora estaba allí preparado para albergar a esos reclutas, que como a Mario aún les faltaban unos días para serlo cuando se desencadenó la trágica riada.
Fue entonces cuando les presente, con un fuerte apretón de manos delante de algunos compañeros, sellaron aquella amistad que con los años les haría sufrir más si cabe que con aquel desastre que estaban viviendo…
Ya que las miserias no vienen solas, ninguno de los dos tenía una familia que les permitieran vivir su amor juntos, primero por no declarar lo que sentían y confundirlos con el silencio que da el miedo a ser uno mismo cuando en la sociedad no eres aceptado como tú sabes que eres.
Y en segundo lugar, dejando a un lado todo lo demás ni ellos mismos saben lo que se pierden si no acepta tu condición pues puede que en un futuro se vean solos y apartados de los seres queridos, como ellos dos se vieron al tener que separarse cuando toda la catástrofe fue decayendo en una normalidad que no necesitaba ya el favor de los voluntarios.
Pero para aquello aún debía de pasar un tiempo, un tiempo que los dos amigos y yo mismo aprovechamos para conocernos, bueno yo conocía a Mario éramos del mismo pueblo, al que no conocía era a Pedro, pero como digo llegue tarde y fui aquel amigo que mantiene un triángulo amoroso partiendo de la amistad y tuve que conocerlo haciendo de Celestina para ambos.
Les avise de que tuviesen cuidado, pero ninguno de los dos me hizo caso, y un buen día en que las tareas ya eran menos, nos dieron unas horas de permiso para que fuésemos a visitar a nuestras familias los que no éramos de la capital.
Y así es como lo hicimos, pero Mario se llevó a Pedro con él, yo sabía que a la vuelta tendrían problemas ya que la gente no veía bien que dos hombres fuesen solos si no era para ir al fútbol o a los toros, insistí en acompañarlos pero no quisieron, por lo cual lo que puedo contar ahora se debe a lo que ellos mismos me relataron y lo que yo percibí al ver sus cuerpos magullados.
La ida al pueblo fue de lo más normal, al ir juntos formando aquel trío juvenil nada hacía sospechar de nuestra condición, es más hasta ellos al cruzar por los campos en los que tan solo las naranjas de los árboles eran testigos de nuestra presencia, se cogieron de la mano, felices y contentos caminamos, bromeando incluso me decían que me buscase un amigo para que cuando todo aquello terminase, saliéramos juntos como dos parejas…
Estaban ilusionados, yo mismo no es que lo estuviese menos, pero sabía que Mario encontraría en su familia un obstáculo de los más grandes y sortear los conflictos que vendrían cuando se presentase con Pedro, inclusive si mantenía la idea de declararse ante su familia como lo que era desde que nació.
Y tal y como lo pensé así ocurrió, o aquello al menos es lo que me contaron cuando regresaron, heridos por dos veces en el mismo día, una de aquellas agresiones y me lo dijeron textualmente, salio del padre de Mario que nada más verlo entrar en su casa al comenzar a hablar sobre la posibilidad de marcharse cuando todo se normalizará, a trabajar a Madrid lugar de donde venia su amigo Pedro, quien mintiendo le dijo que le había ofrecido un puesto en la empresa que regentaba su padre. No muy lejos de la realidad estaba aquella falsedad que los dos maquinaron momentos antes de llegar a la puerta de la casa donde vivía Mario, fue cuando yo no estaba presente, después de atajar el camino hacia la mía unos metros más adelante.
El asalto verbal se terminó con un rotundo “no” y la conversación cesó por completo, casi hasta la hora en la que tenían que volver, solo su madre la tía Teresa, les brindó la mesa para que comiesen mientras el tío Blas seguía arreglando el campo, allí espatarrado entre surco y surco, ignorando como su mujer lo llamaba para que se uniese a ellos.
Sufriendo un segundo atraco a sus intimidades por parte de otros homófobos, cuando casi anocheciendo se pararon cerca de una acequia para jurarse amor eterno.
Hecho que me detallaron en su totalidad cuando ya en el campamento les encontré a mi vuelta curándose las heridas que los dos llevaban en la cabeza… y el que me reservo por no dar más color al delito cometido por aquellos provocadores que metiéndose en la vida ajena de otras personas dejan de criticar la suya propia.
Habían pasado varios meses, cuando las tareas de reconstrucción de la capital del Turia se encontraban en su fase final, haciendo que los quintos venidos desde sus respectivos cuarteles donde prestaban a la patria el servicio militar, fueran rebajados de sus obligaciones para y con la riada.
Llegaba entonces el momento de la despedida, Pedro recuperaba su libertad entre comillas, pues aún le quedaban unos cuantos meses que cumplir, lo haría ahora destinado a las dependencias militares en “El Goloso” a las afueras de Madrid. Al contrario que Mario que lo reclutaron cuando la tragedia se desató, incorporándose al servicio días después de la partida de su amigo, allí mismo en su ciudad, en el cuartel de la Alameda y donde yo lo acompañaría todo aquel tiempo para consolarlo y hacerle más llevadera su primera separación.
Alejamiento por su parte que en mí persona crearía una secuela de adhesión cariñosa, pues me enamore como un chiquillo de mi rubio subordinado por mi cargo superior que ostentaba en aquellos momentos. Pero no creáis que la historia cambia por ese hecho en concreto, no, todo continuaría igual, él jamás sabría de mis sentimientos hacia su persona, intente por todos los medios de que se sintiera apoyado por mi amistad y por comprender como él, que no hay nada malo en que dos hombres se amen.
Aunque no quiero ponerme triste, los recuerdos de aquellos días vividos con Mario hacen que me aflija y asomé ligeramente a mis ojos esa agua salada que es las lágrimas.
Después de dejar de ser aquel conductor que transportaba a los soldados, seguí adiestrando a mis chicos como cabo, de ahí que pudiese controlar el correo que llegaba y mantener de aquella manera unidos con él, a mis dos amigos que permanecieron comunicados a distancia con aquellas cartas portadoras del más delicado mensaje. Aprendiendo con ellos, que lo más importante… es quererse.
Y vaya si se querían, en muchas ocasiones cuando le entregaba a escondidas aquellas cartas que casi siempre llegaban varias y con retraso, el rubio como yo le llamaba, me las leía allí sentado en la cantina, apartado de los oídos chismosos que pudieran hacer fracasar su relación, tragándome todo aquello que escuchaba de su boca y que hubiese querido decirle que yo aun se lo haría con mucho más estilo. Intentando no delatarme, le daba una palmada en la espalda, para calmarlo, terminando acariciando aquel espacio de su cuerpo que se notaba caliente al haber leído lo que en las hojas ponía.
Pero hasta aquel privilegio perdí, cuando a Mario le licenciaron me comunicó que en una de las partes que siempre se reservaba para él, Pedro le pidió que acudiese a su lado, me dijo la dirección donde él le esperaría para luego ser presentado a sus padres, me pidió que le acompañase para no ir solo pues nunca había salido de Valencia, pero le dije que no, que me iba a reenganchar y sin hacerle ningún reproche sobre lo que había hecho por él… le deje ir.
No penséis que me estoy inventando esto que leéis a continuación, pues cierto es que Mario se fue a reunirse con su amigo, pero cierto día volvieron, y, de ahí que yo pueda relatar lo que allí en Madrid ocurriría, ya que a su vuelta todo me fue contado, bueno digamos que casi todo, porque algunas cosas callaron por el pudor de ambos a que otro como ellos que entendía, sufriera escuchando hablar de sus camaraderías íntimas.
Algo que no dejaron de mencionar fue, como después de encontrarse en un hostal apartado de las luces de la ciudad y después de pasar toda la noche abrazados, no creyéndose lo que estaban viviendo; y así de escuetos y breves fueron contando su primera noche juntos, os lo puedo asegurar, como también os aseguro que yo me contuve de hacer alguna pregunta embarazosa al respecto, pues yo también gozaba de amistades y amigos, que me facilitaban el camino a una esperanza que por desgracia tardaba mucho en llegar y sabía a la perfección que no solo de abrazos vive el hombre.
En la mañana siguiente se ocuparon de contentar a la familia, citándolos en un asador de la sierra, para que así conociesen a Mario, como podéis comprobar Pedro era un acaudalado niño de su papá, quien siendo como él mismo decía que era, el autor de sus días, no soportaba nada que no fuese normal en sus hijos, educándolos en los mejores colegios y delegando en ellos puestos de altura en su empresa. Uno de aquellos sería el que su primogénito tendría que abandonar por su condición sexual y sin duda alguna por expreso deseo de su padre al conocerla y no aceptarla de ninguna de las maneras.
Y así fue por lo que los dos regresaron a Valencia, y así me lo contaban, entre rabia y resignación, pero con la esperanza como bandera, pidiéndome de nuevo que fuese el anfitrión de su nueva fiesta juntos, como lo hice en el pasado.
Les ayude a buscar un piso en pleno centro, cerca del barrio del Carmen, un lugar que esta lleno de artistas de la vida, allí donde pudiesen aparecer como pareja sin levantar mucha sospecha, una zona que a Pedro le era familiar por el gran parecido que tenía con el famoso barrio de Chueca y en el que como en aquel en el que se instalan entonces, el sector de la homosexualidad carece de etiqueta.
Sin duda fueron días muy felices para la pareja y aunque ninguno de los dos saboreaba del manjar de contar con la venia de sus respectivas familias, aquella felicidad aguantó fresca hasta que un buen día una llamada telefónica anunciando a Pedro la muerte de su padre la marchito.
Y cuando él creía que el desplazamiento a su Madrid natal tendría día de regreso, las cosas allí se complicaron, dejando solo y desamparado a Mario, que volvió a descargar su llanto sobre mí, humedeciendo la herida que anteriormente había dejado en mí corazón y que me parecía estaba cicatrizando.
Aquellos detalles que provocaron su ausencia durante un largo año se debieron a los burocráticos trámites de cesión por parte de su hermano de la empresa que heredan, “La Azucarera Monumental” pasaba a llamarse desde ese momento… “Azúcares Martinez”, apellido que a los dos identificaba, pero que tan solo a él lo acredita como el único director de dicha fábrica ubicada en Madrid.
En todo aquel largo año como digo que pasaron separados me di cuenta de que yo era como el comodín que se usa en cualquier juego, pero tenía que ayudarlo, no podía dejar que se viniese abajo, le animaba, le aconsejaba que saliera a divertirse, pero Mario se negaba arrastrándome a mí mismo a una cárcel en la que el amor estaba preso, queriéndolo liberar un día le invité a mi casa, yo aun vivía en la de mis padres, pero ellos por aquel entonces estaban de vacaciones en el pueblo así que me atreví y le prepare una suculenta paella, la que regaremos con buen vino de la tierra, esperando que se animasen con aquella fiesta para él y de la que yo también disfrutaría por tenerlo a mi lado, se me olvidó que sus padres estarían demasiado cerca de Mario después de tanto tiempo sin hablarse con ellos.
Sin pretenderlo confundí a los vecinos, creando la duda de que si éramos pareja o no, al vernos alegres a causa del vino en aquel patio que presidía una gran higuera, para reservarnos del sol.
Las viperinas lenguas fueron con la estampa a contárselo al tío Blas que no dando crédito a las palabras de los chismosos, se presentó delante de mi casa para ver si de verdad su chico se veía atraído por el seductor Ximo, un servidor… no es que tan solo lo corroboro sino que a pesar de la higuera el sol logró entrar, como bien nos entro el agua colorada que tomamos, y por consecuencia de todos aquellos detalles fortuitos, el tío Blas se detenía delante del patio cuando mis sentidos hacían estragos y abracé muy cariñosamente a mí rubio.
El padre de Pedro había muerto, pero ahora moría para Mario el suyo, que a grito pelado lo insulta llamándolo de un modo más despectivo si cabe, sarasa, testificando como escribo que se hiciese la idea de que estaba muerto para él.
Me dio miedo dejarlo solo en aquel piso del barrio del Carmen, después de lo que había ocurrido y sin su pareja al lado Mario estaba claro que podía pensar en hacer algo de lo que después se podría arrepentir, ahora el que estaba abrumado por lo que había hecho era yo, sentía vergüenza de hablar de ello con Mario pero no hizo falta, esa noche la pasé con él, y obsesionado por las palabras de su padre lo ocurrido no salio en nuestras conversaciones, las de esa noche y las de los días siguientes pues me mudé con él para que no padeciese la ausencia de Pedro ni la del cariño que nadie de su familia le otorgaba.
Hasta que la llamada esta vez de Pedro a Mario pidiendo que se reuniese con él rompió otra vez la que ahora parecía iba a ser mi convivencia por mucho tiempo con aquel paisano del que me había enamorado perdidamente.
Mario seguía sin darse cuenta de lo que sentía por él, su ciego amor por aquel recluta que vino a Valencia para ayudar le apartaba de ver la realidad, no había duda de que conmigo llegara a ser el más feliz del mundo, pero aquel que no llegaría a serlo nunca partió otra vez de mi lado, imantado por un amor que lo atraía locamente y que lo apartó de quien lo hubiese hecho feliz, por la friolera de toda una década.
En todos aquellos años intente recordar para no tener que olvidar, pensaba en él sufriendo en silencio, mi afeminada postura después de su marcha no dejaron indiferente al resto de amigos con los que contaba, pero ya nada me importaba, solo quería querer y que me quisieran, acordarme de Mario como al chico al que ame, o mejor dicho al que amaba pues nunca deje de hacerlo.
Cada semana era yo ahora quien recibía noticias suyas desde la capital de España, las que me sentaba a leerlas junto al árbol que aquel día en el que lo abrace nos prestaba su sombra ocultando mi cariño hacia él, en ellas me recreaba, su aventura con Pedro parecía que sería eterna, sus palabras delataban alegría, pero yo presentía que no era así.
Cuando en una de ellas me explicaba que a Pedro le habían diagnosticado una enfermedad vascular, y que cabía la posibilidad de que volviesen a vivir en Valencia.
Por un momento me alegre pero después pensé en las veces que me había ilusionado y que no habían servido de nada, que pese a todo lo que le había ayudado siempre, era yo quien se quedaba llorando y solo cuando él partía.
Pero me dije… che, mejor será para mí que vivan cerca, aunque sea juntos.
Durante los meses venideros tardé en volver a tener noticias de Mario, por lo que pensé que a lo mejor el destino le había jugado una mala pasada a Pedro y aunque me sabía mal pensarlo así, imaginé a mi rubio que volvía a su tierra solo y con ganas de que alguien, en este caso yo, lo consolara.
Se acercaba la primavera, y disfrutando aún de los días de las fallas, acudí presuroso a la estación del Norte, vestido de colorines como decía la popular canción protesta que conocemos todos los que nos gustaba la farándula más que comer con las manos.
No daba crédito a las noticias que me llegaron la noche de la plantá de la falla a la que pertenecía, él volvía, Mario regresaba a casa, aquella llamada de teléfono me alegro las fiestas que comenzaban con aquel acto, y como si de un ninot se tratase me planté delante de la vía en la que se situaría el tren que venía de Madrid.
Creo que no le pregunte si llegaba acompañado por Pedro, ni tampoco si le pregunte por como se encontraba… su voz sonaba tan adulta, que solo tenía ganas de verlo y saber cuánto había madurado, si igual que yo, que aun llevando solo dos años me miraba al espejo viéndome ya una anciana mariquita.
Un pitido anunciando su llegada me alertaba, ya estaba cerca el momento y mi nerviosismo crecía hasta el punto que me entraron ganas de hacer aguas menores, me dirigí a la parte izquierda del andén donde están los servicios de la estación y entre en el de las señoras, por iniciativa y sin darme ni cuenta, por entonces aquello aún no estaba permitido y se armó un gran escándalo, tanto que acudió la guardia para solucionar el problema que no era tal, pero perdí la noción del tiempo y el tren procedente de Madrid llegó sin mi presencia en el lugar donde tenía que estar esperando a Mario.
Al salir de allí con tanto alboroto me detuve en la puerta y cual fue mi sorpresa que al primero que vi ya apeado del vagón fue a Pedro, me escondí detrás de una de las señoras que salía en aquellos momentos del baño, esperando ver a quién a mí más me interesaba ver, pero no salió nadie más.
Pedro caminaba despacio hacia la salida y yo le seguía, ocultándose entre los que iban a su alrededor, cargado con una pequeña maleta encendió un cigarrillo y dándole una gran calada miro al cielo azul que lucía radiante en la Valencia en fiestas.
Por un momento pensé que estando enfermo no debía de estar haciendo aquello, sin tener presente, que a quien yo deseaba ver no había llegado. Y por desgracia estaba en lo cierto, Mario se había quedado en Madrid, vendría unos días después me dijo, cuando le sorprendí fumando.
Yo había mantenido aquel inmueble del barrio del Carmen, donde vivieron para mi propio disfrute, en los fines de semana o como entonces que eran fiestas, y me tenía más cerca de la diversión.
En aquel instante no le pregunte el porqué fumaba, pero conseguiría que me lo explicase antes de que Mario estuviese con nosotros pues no quería que este se preocupase, aún no lo tenía cerca y ya estaba protegiéndolo, sin duda lo seguía queriendo, ni el tiempo, ni la distancia había conseguido que lo olvidase, aunque aquello creó que no ocurriría nunca, mientras siempre lo intentase recordar, nunca lo olvidaría.
Fueron esos días en los que en la ausencia de Mario, me di cuenta como le quería, estaba deseando que volviese a pesar de que tenía miedo que así lo hiciese, ya que temía ver a los dos juntos después de tanto tiempo, seguramente me daría un ataque de celos, pero él ya no tardaría en acudir a la llamada del amor, pero era lamentable que no era mi llamada la que escuchase, después de tantos intentos por mi parte Mario jamás me había querido escuchar, quería que esa posibilidad fuese la auténtica y no pensar que si me había escuchado y lo que pretendía era no oírme.
Cerca de las diez de la mañana eran cuando nos sentamos a desayunar, habían sido unos días con demasiado trasnoche y estábamos cansados, de ahí que esa mañana las sábanas se nos pegaron, el día era espectacular y Pedro esperaba la llamada de Mario, él tanto como yo la esperábamos, pero no había forma de que el teléfono sonase y como siempre hacíamos, hablamos de él, sonrisas por su parte afloraron cuando recreaba mis oídos con sus palabras y un pesar en mí surgía cuando aquellas me hacían recordar a mi rubio amigo, a mi amor, mis sentimientos escondidos durante tanto tiempo no lograban ocultarlos, por lo que me levante de la mesa y me asome a la ventana…
Un sol radiante intenté que fuese la causa de mis lágrimas cuando me di la vuelta y Pedro me preguntó que es lo que me pasaba, creo que él lo sabía desde hace mucho, pero su prudencia fue tal que me recomendó que enjugase mi rostro y que saldríamos a dar un paseo.
Después de aquella semana fallera, ni las cenizas de las fallas al ser quemadas quedan en las calles, pareciendo que de la noche anterior hasta entonces hubiesen pasado años, tantos como hacia que yo no veía a Mario.
Quise quitarle importancia a lo que me había pasado, y le propuse ir a comprar al mercado Central, ese sitio donde siempre encuentras lo que necesitas y salimos a buscar provisiones a la espera de que Mario avisara cuando llegaba. Días antes Pedro me contó en una de las conversaciones en las que siempre tenía cabida Mario, que este tubo que quedarse en Madrid a la espera de recoger una analítica que en un principio y así me lo explicaba él, que no tenía suma importancia, sus palabras no presagiaban ningún diagnóstico grave y yo me unía a sus deseos diciéndole que Mario era un chico bastante sano cuando se fue y que seguro que lo seguiría siendo. Aunque Pedro me dijese que los años no pasan en balde y que si lo viese por casualidad no lo iba a conocer. Lo que hizo que yo soltase una carcajada, negándome a creer que aquello fuese cierto, pensando mientras nos parábamos en el puesto de la verdura, que siempre le habían gustado a Mario aquellos productos, no podía creer que hubiese envejecido mucho.
Me di cuenta de que aún seguía deleitándose con ellos, pues las lechugas como otras hortalizas las estaba comprando a pares, cargaba Pedro dos de las bolsas y un servidor otras dos, y así salimos del mercado y caminamos hacia casa, recreándose en las paradas que están al pie de la plaza.
Allí los extranjeros se detienen a contemplar el gran surtido de artículos que se ofrecen para llevarse de recuerdo… cuando mirando un expositor de postales… había uno con unas hechuras que hicieron que me parase en seco, Pedro se había entretenido hablando con un vecino y yo detrás justo de él pronunciaba un nombre con la interrogación propia de la pregunta… ¿Mario?…
Se dio la vuelta y casi me caigo muerta… ¡¡Era él!!…
Yo tenía razón, no cambia el aspecto físico, si no los sentimientos de unas personas a otras y allí mismo me di cuenta de que los de Mario habían cambiado y mucho, sobre todo conmigo…
Ya que salió al encuentro de Pedro, casi sin mirarme a la cara después que le nombre… o puede que no me reconociese que quien de verdad había desfigurado su cuerpo al no tener la obligación de gustarle a nadie… había sido yo mismo.
Se abrazaron sin importarle que la gente les mirase, las muestras de felicidad eran tales que me acerque a ellos, para avisarles… pues recordé que una pareja de la benemérita paseaba por allí, y nada más faltaba ahora que les pillasen y los rapasen al cero como solían hacer con los que llamaban diferentes, castigando con aquella muestra de intolerancia a los maricones.
Mi advertencia fue escuchada por todos menos por ellos que seguían hablando mientras se practicaban sendas caricias por sus caras… ¡¡Tened cuidado están cerca!! les dije y solo entonces fui reconocido por Mario que me dijo sonriente…
¡¡ Ximo amigo mío !!…
No podía creerlo después de tanto tiempo me llamaba solo “amigo”, cuando los calificativos hacia Pedro y los de este a Mario… no bajaban de unos intensos “te quiero corazón y amor mío te he extrañado” por lo que me sentí inferior, conociendo como conocía y entendiendo como entendía aquel dialecto en el que ellos hablaban.
Por fin llegamos a casa y allí les dije que podían explayarse en sus arrumacos todo lo que quisiese y más, mientras yo iría haciendo la paella… recibían mis consejos con una sonrisa siempre… creo que nunca se llegaron a dar cuenta de mi condición, ni en años pasados, ni ahora, ni después cuando por razones extremas tuve que convivir con Mario. No lo pongo en duda, pues yo siempre oculte a los dos mis sentimientos, ante el amor que se tenían era incapaz de romper una relación y, más aún, si sabía a ciencia cierta que a quien yo quería, deseaba estar hasta la eternidad con él otro.
Aquel día fue esencial para mis propósitos, hablamos de muchas cosas mientras comíamos, sobre todo hicimos hincapié en la tertulia con el café y las pastas de algún que otro proyecto juntos… pero para aquello tendría que trasladarme a Madrid. Fue entonces cuando me enteré de que solo habían venido hasta allí para visitar a un experto doctor en la dolencia que afectaba a Pedro… me decepcione un poco pues mi creencia era otra, pensé que volvían para quedarse, cuando se lo hice saber me lo negaron y desde luego fue como un jarro de agua fría cuando las palabras de Mario cayeron sobre mí me erice entero al escucharlas pues dijo tajante y conciso…
– Nosotros siempre estaremos juntos Ximo… ni la muerte nos va a separar… y es preciso volver a Madrid.
Tal vez si hubiese querido hacerles daño podía haberlo hecho, solo con haber viajado con ellos de regreso a Madrid y convivir juntos hubiese sido suficiente, pues un tercero siempre entra en una relación para crear discordia y a poco que yo les hubiese molestado en su intimidad la balanza en la situación se inclinaría sin dudarlo de mi parte.
Así que después de dos meses escuchando como se querían noche tras noche, llegaba el momento de nuevo de su partida, habían acudido en dos ocasiones al médico, el diagnóstico no fue en ninguna de las veces favorable, pero Pedro no lo sabía, Mario e incluso yo mismo se lo ocultamos, la calidad de vida tenía que ser a partir de ahora, satisfactoria me dijo Mario y como siempre acate sus órdenes, le dije que no se preocupase que no le diría nada, pero que si él me necesitaba en cualquier aspecto que me llamase y que acudiría sin vacilar…
Todo aquello a lo que nos obligamos por Pedro, lo hablamos en una corta conversación que tuvimos aquella última tarde, cuando Pedro dejó solos al ir a buscar los billetes de vuelta.
Sintiendo que moría por dentro al saber que otra vez me quedaba solo y sin mi rubio, le miraba consciente de que no lo hacía con la misma intención que él mismo me expresaba… diciéndome apenado y agradecido con aquellas palabras…
– Lo se amigo, sé que siempre te he tenido y que siempre te tendré…
Siempre considere a Mario como mi mejor amigo, y así siempre lo consideraría, al igual que apreciaba a quien me lo había robado, aunque hubiese tenido que venir desde el kilómetro cero a causa de una tragedia para quitármelo.
Aquella noche la estación estaba a reventar de gente que viajaba a distintos destinos, además de que lucía una luna espléndida y la noche estrellada invitaba a pasear por sus alrededores.
El tren correo se estacionaba en la vía uno para llevarse en mi caso a quien yo quería desde hacía muchos años… aquel sonido avisando de su partida me supera, intentaba ocultar mis lágrimas, pero no pude hacerlo… una llantina ridícula, pensaría quien me viese, me delataba y comencé a llorar.
No podía dar muestras de que lo quería y de que me entristecía su partida, así que comencé a bromear primero con Pedro, para no descubrir aquello que sentía por el rubio, luego, después de unas risas que en mí eran más bien falsas y tras escuchar al jefe de estación repetir la frase que siempre augura una despedida… los tres nos abrazamos imitando a todos aquellos que como nosotros se despedían y no sabíamos en nuestro caso cuando se daría el reencuentro.
“Viajeros al tren… viajeros al tren” repetía Pidal aquel ferroviario que un accidente lo dejó en tierra para siempre y que por fortuna era vecino nuestro… por lo que al conocernos me dejó subir al vagón para tener desde allí mismo una última despedida.
¿Qué podía decir en aquellos pocos minutos que quedaban para que se me terminase la beneplácito ayuda que me estaban ofreciendo dejándome subir al tren?… Una pregunta demasiado larga me estaba formulando para contestar en tan poco tiempo que me quedaba, me la estaba haciendo a mí mismo… así que opté por ayudarlos a subir las maletas, cuando un roce involuntario con Mario hacía que nuestras miradas se cruzasen como dos lenguas de fuego incandescente…
Jamás sentí sofoco igual al de aquel momento… y pensé que él de igual forma sintió lo mismo… ya que su cara comenzó a enrojecer, hasta el punto de que Pedro se llega a dar cuenta, insistiendo de que era a causa del esfuerzo, continuaba mirándome y no apartaba sus ojos de mi entrepierna…
No me di cuenta de que Pidal me hacía señas para que bajase de allí y a poco que me entretuve deseándoles un buen viaje, a consecuencia de mis nervios al tener que volver a acercarme a Mario, el convoy se puso en marcha…
Salté rápido, y tan solo me dio tiempo a lanzar un beso desde la palma de mi mano, el que solo tenía un receptor… y ahora ya sabía que no lo rechazaría… con mi brazo extendido como el manifiesto nazi, les decía adiós… abriendo y cerrando el puño… iba soltando todos aquellos besos que hasta entonces en cada despedida habían quedado encerrados en él.
Sin ninguna duda ellos dos en aquel trayecto hablarían de lo sucedido, me comprometo a contaros cada una de las conversaciones que les mantuvieron entretenidos en tan largo viaje…
Pero primero con mucha cautela os voy a decir lo que yo pensé cuando llegué a mi casa y sentado repase cada una de las consecuencias que trajo aquel único coqueteo infortunado que tuvimos el rubio y yo en presencia de Pedro, su compañero.
Pero creo que no va a hacer falta y que a bien queréis saber algo que no habéis leído aún, ya que lo que yo pienso sobre aquello que ocurrió en el tren a la hora de decirnos adiós lo tenéis muy reciente en vuestras retinas y una imagen, como sé que vosotros acertáis a imaginar, vale más que mil palabras aunque sean escritas por quien las vivió.
Así que tomad con fuerza, no se os caiga de las manos, esta endeble, pero fuerte a su vez novela, pues como en la mayoría de las veces todo en la vida no acaba como comienza y sin discusión alguna en un relato tanto sea verdad o ficción ocurre de igual forma.
Atreveros a salir adelante y empezar vosotros a atar cabos desde el primer párrafo hasta estas líneas en las que ya por fin os voy a describir con palabras el porqué siempre intente recordar para no tener que olvidarle…
La llamada sucedió meses después de su partida, Pedro había empeorado y se apagaba poco a poco… pero Mario no quería privarme de mi libertad, prohibiendo que abandonase nuestra tierra para estar a su lado y así de aquel modo tan simple le dije que le quería y que necesitaba estar a su lado cuando la fatalidad ocurriese… Tendré que echar mano de los recuerdos… para que siempre estés en ellos y así no olvidarte…
Hazlo amigo yo así lo hago… me decía él… cuando siendo fiel a sus sentimientos me seguía diciendo… yo desde aquella última despedida también te añoro Ximo… pero a Pedro le quiero tanto y ahora me necesita más que nunca, te seguiré teniendo en mis pensamientos, recuerda Ximo, recuerda, pero no vivas de ellos la vida es tan bonita querido… concluía diciendo.
Su voz entrecortada por el llanto se deja de oír, por aquella centralita a la que acudí para escucharla y ya nunca más volví a oírla, ni triste, ni jovial como siempre había sido la de Mario.
Creí que me moría, los meses y años pasaron, tantos como otra década nos separó de nuevo, envejeciendo solo y triste me encontraba, ya que ni su voz escuchaba… mi carácter extrovertido como buen entendedor, se volvió huraño y complicado de entender valga la redundancia…
La abundancia de mis remordimientos por no haber luchado por mi rubio me mortificaban… veía mi muerte cercana y no quería que sucediese sin volver a verlo… sin saber que él ya se estaba apagando.
Sin corta ni perezosa, expresión esta muy valenciana, me plante como un ninot de falla, igual que aquel día, en la estación del Norte… era de imaginar que Pidal ya había partido, por lo que me acerque a la taquilla pidiendo un billete para Madrid… el que más pronto salga dije a la taquillera y más rápido llegue le insistí, los años habían pasado y no había duda de que llegaría antes de lo que ellos tardaron aquella última vez en llegar…
Recordar que tengo pendiente de relataros aquella conversación que los dos tuvieron camino a Madrid…
Me senté en el primer vagón que subí, una anciana mujer seria mi compañera de viaje, con el mismo destino que el mío, pero con una misión no muy diferente a la mía, iba a recluirse en una residencia que sus hijos habían convenido para ella, de igual forma que yo iba a encarcelarme, al lado de aquellos amigos para no estar solo… a cierta edad ya la soledad te destierra hasta de la vida…
Me hice el dormido no quería que la mujer pasase mal viaje a mi lado y seguro que si la veía llorar y triste me uniría a su pesar y aquella sería la más penosa de las travesías, para nosotros y para el resto de los pasajeros.
Cuando aquella nueva voz que yo desconocía dio la señal de partir…
Dos escandalosos pitidos se escucharon y levantando el banderín rojo dio la salida al maquinista… ya estábamos en marcha, destino a Madrid donde mi rubio sin saber que iba, me esperaba junto a Pedro.
Ahora ya sé lo que se dijeron, en el momento que llegue a la estación de Atocha llamé desde una cabina a Mario quien me regaño por no haberle avisado, me recordó la dirección, siempre los recuerdos, tomé un taxi hasta su casa, su voz me había parecido débil pero no le pregunté ni por él, ni por nadie, solo ansiaba volverlo a ver y abrazarlo, si Pedro me lo permitía… Qué aquello estaba claro que iba a suceder, era un hecho, pues Mario me comunicaría en breve que Pedro hacía dos años que había muerto a causa de su enfermedad…
Entonces fui yo quien me enfade y le reproché la poca confianza que había tenido por no decirme lo ocurrido, le reñí por no haberme avisado, pues yo hubiese acudido a su lado para consolarlo… Fue entonces cuando me contó aquella charla que los dos tuvieron hacía ya diez años cuando partieron de Valencia… en la que ambos se juraron que nunca se separarían ni después de la muerte de uno de ellos, ya que Pedro le hacía saber que se había dado cuenta de que los dos sienten algo más que amistad con aquel devaneo fortuito que causó la despedida…
Ahora que estaba allí y sabía todo lo que hablaron, me alegré de no haber ido antes, hubiese creado sin duda una infidelidad, y de nuevo el más perjudicado hubiese sido yo, ya me tendría que haber vuelto cabizbajo si lo que ahora sabía lo hubiese descubierto entonces. Pero de todos modos estaba contento pues podría gozar de la compañía de Mario, si no como pareja aunque nos queríamos, sí como amigos… esos que entienden que hay que estar para las buenas y para las malas… y ahora él delicado de salud era mi amigo el rubio…
Convivimos juntos intentando vivir todos aquellos momentos que el destino, a consecuencia de una riada, nos arrebato. Queriendo dar a entender a la gente que fuese más tolerante cuando una pareja esta formada por dos personas del mismo sexo…
Ambicionando que próximos dúos del amor, semejantes a sí mismos tuviesen un futuro mejor… Pero la delicada salud de Mario se quebraba cada vez más…
Hasta que un buen día por llamarlo de aquel modo, le desperté para darle el desayuno, invitándolo a que saliéramos a pasear por el Paseo de la Habana, ya que hacia un espectacular día allí en Madrid… pero su desánimo era tal que se negó a levantarse… Y como buen entendedor de las tendencias me pidió que lo arreglase allí mismo… lo lavé con agua calentita, le peiné como a él le gustaba que lo hiciese y me senté a leer como él quería, inventando historias, originando con la imaginación relatos que partían de una novela editada… cualquier tema le valía, pero era de su predilección aquellos en los que yo introducía personajes entendidos en la propia temática.
Así pudieron pasar varios meses… perdí la cuenta de los días que llevaba sentándome a su lado, después de su aseo personal y haciendo todo aquello que a él le gustaba… no me pesaba el hacerlo… es más hubiese querido que aquellos días fueran interminables… pero no fue así y otro buen día por volver a llamarlo de ese modo… Mario comenzaba a morirse… aún siendo más joven que yo, la vida lo apartaba de mi lado una vez más, pero ahora la muerte se encargaría de que fuese para siempre…
Le tomé las manos, estaban frías por la fiebre, entrelazando las suyas con las mías se las calenté, aquella temperatura alta provocó en él una inevitable somnolencia, solté despacio sus manos al ver que se había dormido y las deje reposando sobre su pecho…
Mario parecía en aquellos momentos un galán de cine, caracterizado para representar su muerte en un escenario que cumplía a la perfección su cometido, ya que la habitación en penumbras le daba ese aspecto tétrico…
Me senté para leer un poco e inventar algo para cuando despertase y que su agonía pasará inadvertida para los dos, pero las largas horas despierto velando a mi rubio hicieron estragos quedándome dormido…
Pero algo sucedió que provocó un tremendo golpe en el suelo y creo que los dos nos despertamos…
Solo puedo recordar aquel ruido, bueno aquello y lo que escuché, cuando de nuevo volvía a retomar el sueño…
Creo que fueron… sus últimas palabras… aquellas que solo puedo oír cada vez que cierro los ojos…
… Pedro me muero… me muero Pedro…
Y a las que siempre, les cambio el nombre… pues siempre intenté recordar para no tener que olvidarte rubio…
Adelina GN