SINOPSIS
Partiendo de la base de que todo en la vida puede llegar a imaginarse, estas cuatro fantasías que tendrán las actuales protagonistas de mi nueva narración con matices eróticos, vendrá a dar la frescura que quiero que en sus líneas leáis, ahora que el día se abre y se hace más duradero. Teniendo en cuenta que el tiempo lo podemos dosificar, dejar unos minutos para el relax y tomar un café en la plaza de la literatura, en la que espero disfrutéis de estas historias. Solo intento que os agraden y como digo encontréis en ellas aquellas fantasías que siempre alguna de nosotras hemos querido tener. Atreveos, intentar descifrarlas, llegar a saber si son ficticias o reales, y cuando lo hagáis, ya me lo contaréis, como si fuesen críticas las espero, ya que toda obra leída, sea cual sea su formato, merece ser analizada por el lector, pues una crítica siempre es constructiva.
2ª Fantasía imaginada en la novela corta FANTASÍAS IMAGINADAS
Aquel nuevo día tenía que acudir al club de golf, allí me esperaría mi marido, un alto ejecutivo demasiado obeso para la actividad que pretendía aprender y practicar, pese a mis insistentes consejos de los que hizo caso omiso, y me citó allí en el campo. Su idea era aprender a jugar, igual casi que la mía, cuando vi llegar a quién sería su profesor.
¡¡Vaya pedazo de maromo!! me dije para mis adentros, cómo tendría una competición con él sin saber nada de aquel deporte, me continué mortificando, pues resultaba difícil creer que con mi edad alguien tan joven quisiera ni por asomo jugar conmigo ni una partida al parchís, sin embargo si bien pensamos en las reglas de tan emblemático entretenimiento, hablan de meter y también de comer, verbos que si en el primero nombrado, no era capaz de llevar a cabo, en el segundo en cuestión hubiese disfrutado como una cerdita por hacer la expresión más agradable a la vista de lo que estáis leyendo.
Nos presentaron y un juvenil beso dejó en mí arrugada, pero muy cuidada piel, su nombre no podía ser otro, o al menos a mí así me lo parecía.
-Esta es mi esposa, él es Riki, mi profesor de golf decía mi marido mientras él como digo se acercaba a mí y dejaba su aroma varonil impregnado en mi rostro.
– Encantada de conocerte…
¡Qué cursilada dije! estaréis pensando, no? Pues no, solo estaba encantada, si no que estaba encantadísima y aunque mis hormonas se iban ya debilitando, en aquel instante toda mi fogosidad afloraba de una sola vez.
Tomamos un cochecito de esos que te transportan hasta el campo y llegamos a el, su manera de manejar aquellos palos frotando de arriba a bajo, para comprobar que eran los adecuados, me estaban poniendo a mil, al igual que hacía con aquella especie de prepucio gordo al que él acariciaba no se con que finalidad.
Me senté en una silla plegable que él mismo me había ofrecido para que no me cansase mientras esperaba a que la clase terminase, y comenzó situándose detrás de mi marido pegando su pecho hombruno a su espalda chepuda, extendiendo sus brazos sobre los suyos y moviendo su cuerpo como en un armonioso baile sensual.
Mis ojos se estaban deleitando con aquella escena, pero no por que el alumno fuese mi esposo, era por imaginarme yo misma entre los brazos de aquel profesor calificado por la fantasía erótica que estaba teniendo, como a un auténtico semental.
Descubrí con aquella práctica de imaginación al aire libre, que se pueden tener inmensos placeres internos, sin la necesidad de que nadie te roce ni un pelo de la cabeza, ni de ningún otro sitio, que en el mejor de los casos ya suelen escasear.
Mi marido sudaba como el calificativo por mi usado con anterioridad para expresarme, como un cerdo vamos, él al contrario su sudor lo hacía más masculino si se podía, su frente brillaba y empapaba con el aquella cinta de toalla, material del que yo hubiese querido estar hecha entonces para absorberlo a él entero.
Descansaron un poco mientras charlaban de las técnicas del golf que a mi marido no le quedaban muy claras, cuando mi atrevimiento fue expresado de este modo…
– Si lo deseas Riki, mientras mi esposo descansa un poco, puedes tomarme a mí y seguir tus explicaciones practicas, me dejo ser tu conejillo de indias y que hagas conmigo lo que quieras.
Aquellas fueron mis palabras, primero para insinuarme y después para que su cuerpo se uniese al mío, así no había excusa para que no lo hiciese, pero miró a mi marido que estaba extenuado por el esfuerzo realizado, el que no era tanto, sentado en el cochecito, apartándose la grasa que le sobraba expulsada en sudor con un pañuelo, pero en fin no hay mal que por bien no venga, y no se dio ni cuenta de que yo iba a tener un desliz casual con aquella masa musculosa, teniendo así la posibilidad de palpar y frotar mi cuerpo en él.
Pero en vez de actuar como lo hizo con mi marido, al ver que su cabeza caía sobre su propio hombro y que se quedaba dormido, procedió conmigo de una manera especial haciéndome sentir toda una mujer. Poniendo vida a mis años en vez de tener que quitarme yo años para poder estar con él y volver a retozar en las mieles del sexo como hacía tiempo que no acostumbraba a hacer.
Deslizó sus manos sobre mis brazos recorriendo con ellas mi piel, dejando unas cosquillas en ella que me hicieron estremecer, buscando mis pechos los encontró, y allí las colocó, apretando de tal modo que un quejido casi sonoro salió por mi boca.
En aquellos momentos el baile antes realizado con su otro discípulo, resultaba completamente diferente, su miembro también en mi espalda pero donde esta pierde su nombre, sacudía mis glúteos insistentemente, mientras besana ardientemente mi cuello.
Me di la vuelta y lo abracé, no quería que dejase de hacer lo que estaba haciendo, pero mi fuego volcánico estaba apunto de hacerme estallar y sin pensarlo dos veces, pues en aquellos momentos no acertaba a pensar, actué y desde su cuello baje mi brazo para terminar agarrando su paquete que se encontraba seguro en plena erección.
Le dejé descubrir que por muchos hilos de plata que adornaban mi pelo y esa grasa abdominal que siempre pretendía esconder detrás de la lencería que llevaba para ello, mi experiencia era más que mi juventud y que seguía dejando huella en aquello que estaba haciendo, para que notase que entonces yo era su dueña, su maestra, y que podía enseñarle perfectamente lo que era el arte de amar.
Al final aquella fantasía que tuve por unos minutos me hacían ver que no hay que quitarse años en la vida para realizar algo, al contrario, hay que ponerle vida a los años para poder disfrutar.
©Adelina GN
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