SERENA

SERENA

SERENA
Todo comenzaba igual que muchas historias de misterio…
Serena se levantaba del descanso nocturno, un día gris había amanecido y la ya no tan joven mujer, quería dar luz a sus momentos, que no todo fuese oscuridad en su historia ¿lo conseguiría? No dejéis de leer que ahora empieza el suspense.
Madrugada lluviosa, aún el sonido de las campanadas resonaba en sus oídos, las risas no cesaban, la ingesta de alcohol en ellos sobrepasaba los limites y la mala conducción de una pareja descontrolada hacía que sus instintos sexuales se desbordasen.
Pol metió su brazo entre las piernas de Serena quien al mismo tiempo intentaba besarlo. Sucediendo lo que nunca debió suceder, ella mareada perdió la distancia de la carretera y acercándose demasiado al precipicio, el automóvil se precipitó al vacío de aquella montaña.
El silencio era aterrador todos la miraban hasta que Pol, él aún no había dicho su nombre, la besó apasionadamente cubriendo su cuerpo.
¡Ya es tuya! Gritó uno de los asistentes a la fiesta.
¡Déjame respirar! Le intentó advertir ella, pero él cargando con su cuerpo la subió a su habitación.
Aquella curva peligrosa y su mala actuación en la carretera los escondían entre los matorrales, una zona solitaria los escondía de la realidad en aquel hotelito de montaña, donde los dos fueron por libre a festejar el fin y comienzo de año.
La tragedia muda como sus víctimas presagiaba no tener salvación, nadie los veía ni nadie podía escuchar su silencio. La causa fue un instante feliz por lo que el accidente no causó estruendo, ni fuego, ni dolor, poco a poco resbalaban sus restos al punto más bajo de aquel barranco.
Pero la vida no había sucumbido a la catástrofe, uno de ellos abrió los ojos, viendo las nubes tan cerca que hasta veía salir de ellas las gotas de lluvia…
Arrastró su cuerpo entre la maleza, zarzas hirientes destrozaron sus ropas haciendo sangrar sus extremidades. Haciéndole pensar que allí sí que encontraría la muerte…
La vida de un superviviente en aquellas condiciones no debe de ser fácil y de hecho no lo fue.
Dejando a la otra víctima en el lugar de los hechos, volvió a la fiesta, se dejó ver, no comentó nada del accidente, culpando a sus heridas de la bebida y a un mal tropezón dado en los aledaños del jardín del recinto.
Los años habían pasado, nunca la persona superviviente escuchó noticia alguna respecto del accidente y es de suponer que no intentó preguntar cuáles fueron las causas, dejando caer un tupido velo al que podía haber sido también el motivo de su muerte.
Serena había tomado fuerzas con el desayuno, no conducía desde hacía mucho tiempo, así que comenzó a andar, le esperaba un largo paseo hasta llegar a la urbanización, el hogar predestinado para médicos, arquitectos y algún que otro artista del mundo musical.
Aún era una incógnita que la dejasen acceder, pero sabía bien el nombre y apellidos del cirujano al que iba a visitar… Doctor Goguet.
Tenía qué… Nada había sido igual desde entonces, dejó de quererse, quiso haber muerto, pero fue muy cobarde. Arropada por su familia, Serena pasó varias veces por el quirófano, pero, como ella misma sabía, nada fue igual, nada sería nunca igual…
Un coche de jardín la paseó por la urbe privada, acercándose despacio a la terraza donde el médico tomaba una taza de café.
Asomado al mirador la llamó…
¡Serena, qué gusto verte! ¿Cómo estás? ¡Cuánto tiempo!
Mientras Serena, articulaba su mano ortopédica para aflojar la prótesis en sus piernas y ponerse, sin ayuda del doctor, de pie…
¡Déjame que te ayude! Le dijo ya estando a su lado.
Fue entonces cuando Serena le miró a los ojos y le dijo: No hace falta, ya han pasado muchos años, y estoy acostumbrada a ellas…
Pero después de todo lo que has hecho por mí no tengo mas remedio que agradecerte tu interés…
A pesar de qué… Podrías haber actuado de ese modo y no haberme dejado abandonada… Pol.

©Adelina GN

EL CUARTO OSCURO

Era una experiencia nueva, nunca antes había estado allí, parecía que estaba en la entrada de una cueva siniestra. Mi corazón entonces latía con fuerza, tenía miedo, pero no podía perder aquella oportunidad. Tras aquella puerta entornada una cortina poco estética, negra como el propio recinto que iba a habitar por unas horas, esperaba ser apartada. Y así lo hice, pasé a su interior, una luz roja color fuego custodiaba a la tenebrosa oscuridad.

Mucho era el tiempo que había esperado, para realizar aquello y comencé con el experimento hasta entonces negado a mi afición.

Me coloqué los guantes, vertí los líquidos en las cubetas e introduje en ellas todo el material que la fiesta infantil me había proporcionado. Por un momento me asusté, me parecía que alguien me observaba, me di la vuelta, pero no, el gato de mi amiga se había colado en la habitación.

Era curioso, el olor de aquel cuarto me daba alergia, estornudaba y un escalofrío recorría mi cuerpo. Por un momento pensé en salir y dejar todo a medias, pero por suerte todo volvería a ser como antes, no volvería a disparar de aquella forma, ni haría falta un cuarto oscuro para darle vida a mis vivencias. Al terminar el tiempo de espera me asomé a una de aquellas bateas donde sumergí a la niña, era asombroso como volvía a aparecer ante mis ojos y como se movía, se asemejaba un milagro. Aunque cuando fui a sacarla de allí para colgarla y que se secase, mi semblante palideció, mis ojos no daban crédito a lo que estaba viendo.

¡Aquella fotografía no era la que yo había tomado! En lugar de la niña de la fiesta, a la que fotografíe sonriente y con aquel osito de peluche en brazos. Aparecía en ella una fantasmagórica niña enlutada, sosteniendo en sus piernas un cráneo cadavérico.

Estampa aquella que tardaré mucho en olvidar, aquel suceso me marcó para siempre, dejando para otros lo de revelar en el cuarto oscuro.

¿De dónde salió aquella imagen? Fue algo inexplicable y misterioso. Pero todo tenía que ver con aquel cuarto oscuro. Lugar, del que años después averigüé que en él había muerto una niña en extrañas circunstancias.

Adelina GN

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DESESPERACIÓN MÉDICA

Agosto, martes, 16 Hs.

La doctora Emily se preparaba para recibir a su primer paciente en su consulta particular oftalmológica, el éxito obtenido con su profesionalidad ya hacía tiempo que habían conseguido el suficiente dinero para su operación.
Pero una llamada aquella tarde cambiaría todo pronóstico…
Su teléfono móvil la avisaba con insistencia de que tenía que contestar, era su médico en Washington.
-Dime George, saludaba Emily cordialmente a su amigo…
No volvió a hablar, se despidió de su interlocutor pronunciando un “de acuerdo”. Mientras se miraba en el espejo y sorbía de aquel humeante café. Allí viéndose reflejada en él, Emily hacía el ademán de dar un puñetazo al ver su rostro deforme, las cicatrices y el parche tapando su ojo derecho, le recordaban aquél fatal accidente.
-Ahora todo tendrá que esperar, hablaba en voz alta…
¡Maldita mi suerte!Tenía que ser ahora cuando se volviesen atrás en la donación…
Su rostro se desencajaba por minutos, la rabia en aquel instante no la dejaba apartar su mano del ojo sano, que casi lastimando manoseaba.
La consulta estaba en la habitación contigua y Emily escuchó como la enfermera le indicaba que había suministrado la anestesia a la paciente para extraerle un cuerpo extraño alojado en el lagrimal.
Una sensación de serenidad se apoderó de ella y pasó a la consulta, allí se encontraba la joven con la que podía conversar mientras se calzaba aquellos guantes de látex. La conversación fue corta, y ya con los utensilios adecuados en las manos, Emily se dirigió a reparar aquel percance sin la mayor importancia en su paciente. Pero antes preguntó a su ayudante…
-¿Qué ojo es el enfermo?
-El derecho doctora, contestó la enfermera…
-De acuerdo, contestó Emily…
Cuando al minuto se escuchó un aterrador grito del que fueron testigos los que estaban en la sala de espera…
Y una sonriente Emily alzaba su trofeo frente a la cara de terror de su ayudante, mientras la paciente gritaba…
¡¡Mi ojo… mi ojo!!

© Adelina GN

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LA ATALAYA

Desde su particular atalaya, apostado estaba Mario, y observaba a la bella mujer que el corazón le había robado. El apartamento daba justo enfrente del suyo, de ahí que supiese en todo momento lo que hacía la joven. Con quién convivía y las horas que podía encontrarla en casa. En varias ocasiones la vio por la ventana y a pesar de que las cortinas le impedían ver con claridad, se percataba que aquel muchacho, su novio, la abrazaba y besaba con pasión. Aquello que a duras penas podía distinguir lo enervaba, le sacaba de quicio y convertía su amor en odio hacía ellos dos. Aquella noche y después de haber cortejado a la muchacha durante unos días, ella le invitó a su casa, asegurando que no estaría solo, que invitaría a una amiga para que no se encontrara desplazado ya que ella tenía pareja. Mario al llegar a su casa olvidó lo que le había dicho, su interés era estar con ella y a poder ser, hacer aquel cambio de pareja que casi siempre puede ocurrir en las fiestas, si el alcohol y demás estimulantes hacen presencia en ellas. En unos minutos dejó lo que estaba haciendo y fue en su busca. No podía esperar más tiempo, debía de abandonar su puesto de vigía y correr a conquistar a la preciosa mujer que lo había enloquecido, hasta tal punto de no ver nada más allá de sus narices. Cuando su amiga abrió la puerta y lo dejo pasar, observo que la generosidad de la chica no tenía limites, pues no con una sola mujer lo había complacido, aunque la anfitriona comenzó las presentaciones, descubriendo que el muchacho de pelo corto que Mario veía desde su peculiar atalaya era Amanda su novia.

©Adelina GN

Varios corazones

EL DÍA DE LAS MADRES

Cuando decidimos aquello que rondaba por nuestra cabeza desde hacía bastantes reuniones, ninguna de nosotras pensó que en la actualidad continuase vigente y vivo el latido de la llamada del amor de una madre…

Aquella decisión de salir de la tediosa espera para encontrar un camino con contundencia, nos llevó a decidir gritar más fuerte y cerca de los que nos tenían que escuchar. Presentándonos en la Plaza delante de aquel monumento a la libertad para reivindicar la desaparición y secuestro de nuestros hijos. Quedamos paradas delante de la fachada de aquella casa, quietas inmóviles, esperando respuestas a nuestras preguntas sobre ellos, pero al contrario de ello nos invitaron a abandonar el lugar, argumentando que las normas y las leyes eran tales, que dictaban a los ciudadanos a no permanecer quietos y a no formar grupos superiores a dos o tres personas. Cumplimos aquel dictamen, pero solo por unos días y volvimos a acudir a la cita. Comenzando con catorce madres, progresivamente iban uniéndose a nosotras más que buscaban igualmente saber de sus hijos y en muchos casos de sobrinos o hermanos.
Así cada Jueves a una hora punta paseábamos en pareja y cogidas del brazo por la Plaza de Mayo y frente a la policía que nos veía cumplir el reglamento vigente de aquella dictadura. El amor de una madre no tiene fronteras ni obstáculos que cerquen un ánimo de búsqueda y respuestas, y cuando se trata de los hijos no existen leyes que te permitan callar, pese a multitud de rechazos que intentaban ocultar nuestros gritos y nuestras ganas de saber que había ocurrido con ellos. Nuestro movimiento al día de hoy continua vivo, nuestro símbolo, el pañuelo en la cabeza, en un principio y confeccionado con tela de pañal, muestra a la humanidad que lo que reivindicamos son los hijos y que solo permitimos y no siempre nos conformamos que sea Él quien nos los arrebate…

Relato corto inspirado en datos reales, sobre las Madres de la Plaza de Mayo.

©Adelina GN

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