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Adelina Gimeno Navarro
Tres días distaban de la tradicional Nochevieja y Carmina iba a cumplir un sueño que perseguía desde hacía varios años. Un propósito con mucha ilusión, el de formar un hogar, casarse y tener descendencia. Desde que había conocido a su primo Eduard en aquel verano en el que esté la conquistó, contándole un atardecer en la playa, el árbol genealógico de los dos y del linaje en la familia…
Todos aquellos pensamientos se desvanecen cuando miró presurosa su reloj, en el que apreciaba que era la hora de salir, o perdería el avión que la llevaría a reencontrarse con su primo el vizconde de Marley. Saliendo de la habitación retrocedió unos pasos, olvidaba la fotografía que Eduard le había enviado para que reconociese el lugar cuando llegase a la ciudad, dado el aspecto tenebroso de la mansión y bastante alejada de la misma, esta no era muy conocida.
Por fin se encontraba acomodada en su asiento, cumpliendo las pertinentes sugerencias de la azafata, ya notaba los nervios en el estómago al despegar el avión. Pero respiró hondo, su mayor ilusión, era aquella y después de las innumerables llamadas de Eduard estaba claro que iba a cumplirse.
En unos minutos todo se tranquilizó, el avión estaba rumbo a su destino, ella por supuesto tranquilizada y después de aquel café caliente, relajada al máximo, ahora ya todo estaba en calma…
Comenzaban ya a verse las luces del aeropuerto, el trayecto, se le había hecho corto. Igual al ser la primera vez que viajaba a ese lugar no controlo muy bien la distancia y se dispuso a desembarcar…
Tomó un taxi, dio la dirección y al ver la cara de extrañeza del conductor le enseñó la fotografía que llevaba en su cómoda mochila, el hombre asintió con la cabeza al verla y acelerando el automóvil la nombró como “la casa fantasma de Marley”…
Al llegar a la puerta una sirvienta ataviada con un encorsetado uniforme le abrió la puerta, por la cual entró Carmina creyéndose haber atravesado un túnel del tiempo al pasado.
Cargando todavía su pequeña maleta, daba vueltas sobre sus pasos observando las reliquias que decoraban aquella estancia, las lámparas suspendidas en el techo parecían auténticas joyas, encima de los muebles, candelabros de bronce dignos de aquellas películas de terror que tanto le gustaban a ella…
Cuando sintió que una mano fría se posaba en su hombro, era la de un, no menos horrendo mayordomo, que el resto del escenario que contempla, y al que el sol del verano no había cambiado el tono de su piel, le agarraba entonces, sonriente el equipaje.
La invitó a subir, aquella escalera que parecía no tener fin, y en la que a lado y lado, había cuadros de unas dimensiones exageradas que colgaban en las paredes, con personajes que la seguían con la mirada…
De pronto ante sus ojos la figura de Eduard se posiciona, saludandola y rompiendo así la sobriedad del momento que estaba pasando.
-¿Qué tal prima Carmina? Espero que disfrutes de estos días, estás muy bella…
-Sube y ten cuidado, es muy traicionera esta escalera…
Estaba muy guapo, y muy elegante con aquella bata de raso en la que llevaba bordada la inicial de su nombre. Pero algo parecía diferente en él, a pesar de que su seductora voz era la misma y sus palabras la siguen enamorando igual que aquel verano.
La habitación de Carmina estaba justo al lado de la de Eduard, aquella noche después de la cena los dos entre risas subieron a ellas, y fue entonces cuando sin saber cómo, Carmina perdió el equilibrio y apunto estuvo de rodar por las escaleras, dándose de bruces con uno de los retratos en el que figuraba una bella dama a la que Eduard identificaba como Eleonora, la esposa de su antepasado Edgar… Y que murió en un extraño accidente justo en aquella escalera…
-Te avise de que tuvieses cuidado…
-No quisiera perderte… Y dejó de hablar enmudeciendo por completo…
Cuando Carmina levantó su mirada, observaba asustada otro de los retratos detrás de Eduard, compungida y sin poderlo creer, veía el enorme parecido que tenía con su primo, y como él se lo presentaba como el tatarabuelo Edgar…
Después de aquel desafortunado accidente a Carmina no le quedaban más ganas de fiesta, estaba cansada y un poco asustada por toda la historia que su primo le había contado sobre Eleonora, lo mucho que se querían y de cómo la leyenda decía que Edgar había pasado días y días con el cadáver de su amada en la habitación, por no querer que se la llevasen.
Así que la joven cogiendo el pañuelo que le ofrecía Eduard para secarse las lágrimas se recogió en su dormitorio, no antes de que esté le advirtiera de que si escuchaba cualquier ruido extraño, no saliera al jardín, pues andaba un perro abandonado al que no habían podido dar caza los de la perrera.
-Descansa amor mío y escuches lo que escuches no salgas de la habitación…
-Tranquilo Eduard, así lo haré…
despidiéndose con un romántico beso en los labios que apenas duró unos segundos, pues como si alguien lo separase de ella, Eduard se apartó…
Carmina entró en la habitación y cayó sobre la cama llorando desconsolada, imaginaba el gran amor que sentía su tatarabuelo por aquella mujer, lo que sufriría y como la vida se la arrebato…
Su llanto no tenía fin, y no podía apartar su pensamiento de la bella Eleonora y de la escena de su accidente en la escalera, tan bien relatado por su primo. Por un instante le pareció escuchar el sonido de una caja de música que venía de la habitación de Eduard, a la vez que unos lastimosos sollozos que se mezclaban con una voz femenina. Alguien estaba hablando con él, no lo podía creer, cómo la había invitado a pasar unos días allí diciéndole que la quería cuando ya estaba acompañado…
Se acercó a la pared y puso el oído para escuchar mejor. El llanto continuaba y la voz femenina le decía a Eduard que lo quería y que no quería marcharse, a lo que él contestaba…
-Por favor, Eleonora ahora la tengo a ella, déjame que la ame como te ame a ti…
La cara de Carmina se desencajaba, estaba asustada, pero no podía dejar de escuchar como su primo Eduard decía una y otra vez que la quería a ella, no entendía nada de lo que estaba sucediendo, escuchando de nuevo la voz de Eleonora que decía…
-Entonces, quédate con ella, pero que sepas que solo tienes hasta las doce de medianoche, solo te queda un día Edgar…
Al escuchar, el nombre de Edgar se sobresaltó, y Carmina salió corriendo de la habitación mientras en su cabeza las últimas palabras de Eleonora escuchadas a través de la pared y en su oído, se repetían como el eco… Él es mío, mío… Y cayó rodando por las escaleras… Llegando al final de ella dando una gran sacudida su cuerpo en el suelo…
-Señorita… ya hemos aterrizado.
-¿Ha sido grato su vuelo?
-¡Sí, perdón me quede dormida!
Todo había sido un sueño, se decía Carmina mientras levantaba el brazo haciendo el alto al taxista, ya en el interior del vehículo y acordándose del sueño, le enseñó la fotografía al conductor, al verla en lugar de decir nada desagradable sobre la casa, como en el sueño ocurrió, el hombre miró a la joven sonrió y dijo…
Allí vamos al templo del amor de Marley
Carmina se acercaba despacio a la casa y llegando delante de la puerta, esta se abrió y un Eduard ataviado con un albornoz, en el que llevaba su inicial bordada, y recién salido de la ducha la invitaba a entrar…
-Bienvenida primita, pasa te enseñaré la casa, estás preciosa, como has crecido…
-¡Una cosa prima! Ten cuidado con la escalera ¿vale?
©Adelina GN