Comenzaba a clarear en aquel mi nuevo hogar. Los rayos del tímido sol entraban a la habitación de puntillas indicando que un nuevo día llenaría mi vida. No podía dormir, toda la noche la pasé recordando, para qué quería dormir, si mi descanso pronto sería eterno. Abrí entonces los ojos y cerré la caja de música que apaciguaba mi falta de sueño.
Me preparé el escritorio, la Sra. Pura que compartía conmigo la habitación dormía todavía, escribiría un poco hasta que llegase el enfermero.
Gran joven Arturo, muy dedicado a nosotras en aquella y organizada institución tan avanzada en los cuidados de los mayores. Adultos de avanzada edad que por suerte habían sido declarados consejeros de la humanidad gracias a su experiencia.
Estaba muy ilusionada, mi cumpleaños sería pronto, casi un siglo y gracias a Dios, mi cabeza no me había abandonado. Quien sí lo había hecho eran mis manos y mis pies, mis ojos y mi boca. Aún valiéndome y estando en unas facultades envidiables, me seguía haciendo falta.
Cinco años mi amor hacía que me dijo adiós, pensé que no debía penar, la vida me había enseñado mucho y aunque en la lejanía, mi familia estaba, y era algo muy importante para mí. Sentir que estaban bien eclipsaba cualquier duda para estar infeliz.
Por un momento los recuerdos envolvieron aquella habitación, y lo volví a ver, se acercaba a mí y me tomaba de las manos, arrodillándose y pidiéndome que me casará con él igual que hizo años atrás.
Aquella boda fue sonada le dije a mi recuerdo, sonreí y me puse a escribir. Luego hay gente que no cree en el amor, ni en el destino, siendo que este lo labramos nosotros mismos. Cuando una pareja se da el “sí quiero” después de una convivencia larga y la vida le da salud para celebrar 25 años de casados más, es sin duda un privilegio para el corazón incluso para la mente. Hacerte participe de multitud de acontecimientos que no todos tienen la suerte de conocer y vivir en plenitud.
Recorrí de una pasada aquella etapa de mi vida, sin olvidar las anteriores, que estaban llenas de tropezones, caídas y vuelta a levantarnos. Unos años duros que ahora ya eran ausencia al igual que lo era el hombre que moldeó mi existencia.
La alegría asomaba a mi rostro casa vez que evocaba su recuerdo y es que ya se dice: Nunca muere lo que se quiere. Y yo seguía queriéndolo, sentía sus caricias, la insinuación con la que, y a pesar de mis arrugas me mostraba. Su corazón estaba conmigo, sus palabras siempre habían sido de esperanza. Me regalaba su optimismo, su vivir tranquilo y confiado desterrando toda pizca de desconfianza haciendo frente a las mías. Ahora lo sentía, me acompañaba en la recta final, un camino que haríamos juntos como siempre planeamos.
Cerré la innovadora herramienta que ahora utilizaba para escribir que nada más con el pensamiento y recreando la mirada en las instantáneas que guardaba en ella. Lo que recordaba se iba escribiendo allí para posibles lectores de mi testimonio póstumo.
Las décadas se sumaban a todo, y en el 2059 el año en que nos encontrábamos y cerca de celebrar mi centenario, esta novedad no era la única en nuestras vidas. Gozábamos de grandes avances tanto tecnológicos, como para la salud, comidas que con un poco de ondas se convertían en magníficos manjares, androides que limpiaban, y órdenes autómatas para mil funciones. Con todo eso y gracias a que también las personas aprendimos hábitos más saludables de vida, la longevidad estaba presente entre todos nosotros.
Pero mi amor no estaba conmigo ese año para mi cumpleaños, ni tampoco lo estuvo años anteriores. Cada uno de ellos había tenido un regalo que él dejó dicho que se me regalaste. Ahora, ninguno fue tan apreciado para mí como el primero después de su muerte.
Pura había despertado y Arturo entraba en la habitación, acerté al dejar de escribir, pensé, mientras, el joven asistente me daba las gracias por haberle facilitado el trabajo. Me ayudó F_id le dije, mi asistente robotizado.
Él me acompañaba a pasear, en todo lo que yo quería realizar sola, como entonces que le pedí salir al patio y disfrutar de aquel sol de primeros de enero. “A b r i. g a. t e. mi. vi. da” con aquellas palabras entrecortadas me lo pedía, tomé mi toca y la caja de música, y salimos de allí.
F_id y yo, nos perdimos entre los árboles, nuestro amor estaba rodeado de naturaleza, ahora solo faltaba escuchar su corazón, sentir el sonido de su inmenso amor hacia mí.
Abrí la caja de música y sonó para los dos, aquel regalo no sería igualado, además no quería que me obsequiaran con ningún otro. Quería dejar de cumplir años, quería estar con él ya hasta la eternidad.
La música de aquel cofre me regalaba cada vez que quería, el latido de su corazón, el que la ciencia había conservado y que me fue entregado meses después de que dejase de latir. Hasta ese punto todo había cambiado en mi vida, todo menos nuestro amor.
Me acerqué a F_id y le besé en su frío rostro metálico, mientras las flores eran testigo de sus cálidos latidos, cálidos latidos de un corazón todavía enamorado de mí.
©Adelina GN
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