LA SIMIENTE BLANCA/Relato

LA SIMIENTE BLANCA/Relato

LA SIMIENTE BLANCA

Siempre sudaba al llegar el momento, el instante en el que les extraía el que era más difícil de sacar…

Mamen, paseaba con Lucas, por el parque, la noche estaba cerrada, no había luz de luna, ni de farola. Los chavales se encargaban de ello durante el día, convencida de ello estaba, por lo que encendió la linterna.

En aquel momento escuchó el sonido de la hojarasca al pisarse, llamó a Lucas con su silbido, pero sin repetir al verlo frente a ella aliviando su necesidad con la pata levantada.

De nuevo volvía a escuchar aquel sonido que la enervaba, al venir a su cabeza esas películas en las que detrás de esas pisadas se encuentra el asesino…

Tomó al chucho en brazos y retrocedió camino a casa, sentía miedo, se encontraba insegura, tenía un presentimiento. Las noticias en televisión la habían ayudado a que fuese así, al escuchar, que no muy lejos de allí se encontró un cadáver.

Lucas saltó de sus brazos, escondiéndose otra vez en los arbustos, Mamen le llamaba con insistencia, pero el can, ni se escuchaba.

Asustada entró en el callejón, no sabía cómo, pero algo la estaba atrapando, sin duda la curiosidad causa más efecto que el miedo.

Ni un ápice de luz había, las humedades olían a podredumbre, y por consecuencia la arcada fue inevitable. Metiendo de lleno uno de sus pies en algo blando y pastoso. Quiso salir de allí corriendo, pero el miedo a resbalarse la hicieron volverse despacio… Eso, y que sentía que algo estaba detrás de ella.

Al darse la vuelta, la linterna cayó de sus manos, quedándose la luz parpadeando y enfocando al rostro infernal. A su vez gritó con desespero, pero la mano enfundada en un guante negro y agrietado, le taparon la boca.

La extraña persona sacó a Mamen, de espaldas, y arrastrando su cuerpo desfallecido; la había sedado. Miró a su alrededor y la dejó caer en un banco situado en la más extrema oscuridad, allí donde ni la luz de las estrellas alumbraban.

Habían pasado un par de horas y un asustado Lucas, lamía la mano de su dueña. Después de su inconsciencia transitoria, Mamen despertaba, continuando su chillido de espanto, al ver su mano mutilada.

El desconcierto siguió con los ladridos, el perro alertaba con ellos mirando fijo a las ventanas de su alrededor. Haciendo que los trasnochadores respondiesen bajando a ver lo que ocurría.

Al momento una decena de personas rodeaban a la mujer que parecía había perdido mucha sangre, la muestra era evidente por el rastro que dejó desde un banco a otro al que se arrastró, para volverse a desmayar en ese instante.

Haciéndose paso entre la gente, alguien avanzaba cargando un maletín y pidiendo permiso, presentándose con estas palabras: -¡Me permiten! -soy médico…

Igual que la gota de aceite en el agua, la muchedumbre se apartó de Mamen, que yacía casi sin vida, en aquel rincón del parque.

La doctora tuvo que escuchar barbaridades sobre su actitud ante el accidente, si en realidad había sido un penoso accidente. Desde que no sabía lo que hacía y qué de dónde había salido la matasanos, hasta qué dónde se había sacado el título en medicina, que le daba el derecho de dejar morir a la mujer.

En ningún momento hizo la intención de llamar a una ambulancia, es más cuando vio que la cosa se puso fea, dejó el panorama de intento de asesinato y se largó del lugar.

Después de unos meses de recuperación, Mamen volvió a retomar su trabajo, había aprendido de nuevo a usar su mano izquierda, un muñón sin dedos que le quedó de aquella agresión sarcástica, la que sufrió a manos de quién todavía ocultaba su identidad, y seguía dejando rastro de víctimas con miembros amputados, a las que en el mejor de los casos dejaba con vida como fue el caso de Mamen.

El gran apoyo de sus compañeros, le valió de ayuda y así le harían su trabajo durante unos días, regalándole de aquel modo unas cortas vacaciones que coincidían con toda seguridad con un puente en la cercana Navidad.

Había quedado algo depresiva y por eso su amigo Víctor, la acompañaría, iría con ella, le daría custodia y la cuidaría.

No muy lejos de allí en el campo, una casa rural se encargaría de hacer las veces de clínica para el relax. En aquella situación Víctor, sentía que su deber era aquel, y la relajación sería completa. Tendría la oportunidad para llevar a cabo, lo que en otra ocasión fue algo que resultó fallido.

Aquel su primer paseo por la montaña iba a demostrar a Mamen, que todo en la vida puede ser motivo de suerte y de ocasiones anteriores dónde todo puede ser diferente.

Las lluvias aparecieron por simpatía, de una mañana soleada todo pasó a ser un caos tormentoso. Se tuvieron que refugiar en el puente que cruzaba la montaña, el viejo cauce dejó de llevar agua hacía ya mucho tiempo, por lo que estaba lleno de hierbas y maleza.

Mamen, se detuvo, no entraba, tenía miedo, o más bien pavor, se le representó el callejón oscuro y tenebroso, donde fue agredida.

Víctor jaló de ella con fuerza, enfadado por ver como se estaba mojando y no reaccionaba. Con aquel movimiento brusco le arañó la mano mutilada, Mamen,  lo miraba con rabia mientras por su rostro resbalaba el exceso de agua que le había caído encima.

Víctor le pidió perdón, cogió su mano y la limpió con un pañuelo, volviendo a mirarla a los ojos y preguntándose dónde le pondría el anillo de pedida, cuando le pidiese matrimonio.

Desde allí mismo se percataron de que una granja se divisaba, aprovechando que la lluvia había parado salieron caminando hacia ella. Aquel trayecto aunque corto, le dio la oportunidad a Víctor, para declararse a Mamen…

-No puedo comprometerme contigo, no tengo dedo donde poner el anillo.

-No digas tonterías, te lo pondré en la otra, eso, no es excusa -Le dijo él mientras tanto ella le decía…

-Crees qué no me di cuenta, que lo pensaste al coger antes mi mano.

-No me debes pedir nada, Víctor, al perder aquel día el que llevaba puesto, perdí el amor para siempre.

Víctor le pasó el brazo por la espalda, cobijando con aquella acción sus sentimientos hacia ella, pensando que el tiempo lo arreglaría todo.

Al llegar a la cerca de la entrada de aquella pequeña granja, vieron un precioso campo. Llamaron con insistencia, la lluvia aparecía de nuevo y no querían volver a mojarse, así que gritaron varias veces y al ver que no salía nadie cruzaron la entrada.

El perro se les lanzaba ladrando, pero la cuerda no le dejaba acercarse del todo, entonces Víctor, golpeó fuerte la puerta y esta se abrió despacio, y sin problema.

-Pasen está abierto, no se queden ahí o se mojarán del todo.

-¡León, calla! -Gritó al can que la obedeció ipso facto.

La mujer les ofreció sentarse, al parecer estaba esperando visita pues la mesa que les separaba se encontraba dispuesta para la merienda.

La conversación en aquel primer cuarto de hora, se cernió en un solo tema; el huerto y sus verduras, el campo y su siembra, el aporte de nutrientes para que la cosecha creciese con todo lo suficiente, incluido el calcio que se necesita y que una mujer sola no puede aportar.

La mujer no dejaba de hablar, miraba a Víctor y sonreía, luego clavaba su mirada en Mamen, en su mano y en el arañazo al que en ese momento hizo referencia.

-Querida, hay que desinfectar esa herida o se te va a infectar…

Tomando la mano izquierda de Mamen, con su mano izquierda y dejando debajo de ella el anillo que llevaba puesto y que la joven reconoció como el que perdió aquella noche cuando le amputaron los dedos.

Las miradas de las mujeres se cruzaron, siendo a cual de las dos más intensa, mientras tanto la mujer le dijo a Víctor…

-Joven ¿me quieres acercar el maletín que tienes a tu lado?

-Soy médico.

En aquel instante volvió a mirar a Mamen, que dio un gran suspiro y se desmayó.

Adelina Gimeno Navarro

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¡Oh, oh , oh, oh… Sorpresa!

Os voy a contar una historia que sucedió hace muchos años por Navidad…
Aquella noche… Comenzó diciendo Christi, varios de aquellos chicos ya la habían calificado de soltera excéntrica. Por lo que entre ellos cruzaron miradas y sonrisas burlonas.
Sin que nadie supiese ni sospechase que en realidad, la única protagonista de aquella historia fue ella misma.
Pronunciando aquella frase de introducción a lo que les iba a contar, se dio la vuelta, los miró a los ojos y comenzó a relatar.

Aquella era una noche fría, Denis convencía a su madre para que se acostase, pues su novia quería pasarla junto a él.
-Mamá, va a ser su primera noche conmigo, no seas cabezota y para cuando yo venga con ella, que estés ya en la cama.

Convencido de que lo haría de aquel modo, tomó su gabán, calzó bien su gorro de lana y salió de la casa, cerrando la puerta con llave.
Estaba nevando por lo que prefirió ir dando un paseo, con su madre enferma era raro el día que podía salir y mucho menos de noche. No sabía cómo había podido conocer a esa chica, con la que ya llevaba tres meses de relación. Hoy por fin en una velada tan tradicional le presentaría a su madre. Juntos los tres abrirían los regalos que probablemente les dejaría Santa Claus mientras cenaban. Sacó las manos de los bolsillos y se las llevó a la cabeza…
-¡Los regalos! Exclamó y volviendo sobre sus pasos, regreso a casa, abrió la puerta y muy enojado le gritó a su madre…
-¡Todavía estás ahí! Te lo dije, mamá, acuéstate.
-Aunque bien pensado a ella le gustará conocerte.
Denis siguió hablando con su madre, mientras le arreglaba la mantita que llevaba en las piernas. Dejando los regalos de las dos mujeres de su vida debajo del árbol. Ya estaba nervioso y fue a cerrar la puerta de atrás…
-Así mamá, no te muevas, luego yo te daré las pastillas, vuelvo enseguida.

Esta segunda vez cuando salió de casa la nevada era más copiosa y cogió el coche, mientras lo abría miró hacia la ventana viendo a su madre tras el cristal que como siempre y obedeciendo a su hijo de allí no se movía.
Al llegar a casa de su prometida Denis se llevó una gran sorpresa. La joven estaba indispuesta, le dijo que tenía fiebre y que no podría ir con él. Que iría en la mañana y que entonces le daría su regalo. Un poco desmoralizado regresó al vehículo, lo puso en marcha y salió, mientras esta vez la que lo observaba desde la ventana era ella, pero sin él darse cuenta.
Ahí comenzaron las preguntas a Christi por parte de los que escuchaban.
-¿Era mentira que estaba enferma, se había cansado de él?
-¿Estaba con otro, verdad Christi?
Cada uno daba su versión de los hechos, esperando que la respuesta que diese fuese la de ellos. Todos querían tener razón en lo que alegaban, pero ahora saldrían de dudas, Christi, cruzó su rebeca sobre sí misma y un escalofrío recorrió su cuerpo. Hasta tal punto que tembló y lo apreciaron algunos de sus alumnos.
-¿Qué ocurre profe?
-Nada chicos, me dio frío.
Pero la verdad era que Christi, no había hecho bien en recordar como cada año hacía el desenlace de aquella historia…
Nada de lo que os imagináis es, chicos, ninguno lleváis razón, ni estaba con otro ni se había cansado de él. Al contrarío la joven muchacha en el momento que vio que arrancaba el coche, fue derecha a su armario ropero a sacar el disfraz.
-Ya lo entiendo, dijeron.
-No entendéis nada, dejarme y no me interrumpáis o vais a quedaros sin conocer el final.
Los jóvenes se miraron entre ellos y encogiéndose de hombros o levantando las cejas, quedaron mudos hasta el final del cuento. Aquel que ninguno sabía que era verídico.
Denis entró en casa con una gran seriedad, apenas echó cuenta de su madre, puso la cena en la mesa, cenó y sin recoger nada, se sentó en el sofá. Le daba vueltas a lo que había pasado y le reflexionaba a su madre de esta forma: Mamá no te preocupes, ella no es como las demás, verás, le vas a gustar, ha dicho que vendrá por la mañana…
Poco a poco Denis iba hablando más pausadamente hasta quedarse dormido, en aquel momento se escuchó la puerta de detrás…
-¿Cómo puede ser si él la había cerrado? Preguntaron
-No fue así, estaba tan nervioso que la abrió en lugar de cerrarla, dijo Christi.
Y por ahí fue por donde entró ella vestida de Santa Claus. Portando un saco con los regalos de Denis y de su madre.
Entró en el salón con tanta cautela que no despertó a ninguno de los dos, y gritó: ¡Oh, oh, oh, oh… Sorpresa!
Siendo ella la más sorprendida, cuando Denis despertó de golpe, se levantó dándole la vuelta al balancín de su madre cadavérica y diciéndole feliz y contento…
-Ves mamá ha venido
-Mira que guapa es
-Ella no es como las demás.

©Adelina GN

EXPUESTA AL MIEDO

Nunca Erica pudo llegar a imaginar que aquella noche la pasaría muriéndose de miedo por culpa de aquella tormenta, que tuvieron que soportar en medio del bosque.

Había un sol allí en lo alto maravilloso.
Las prendas de ropa comenzaban a sobrar, pese al pronóstico del tiempo, María y su prometido salieron sin pensarlo a caminar por el bosque.
Aquella comarca tenía fama de ser magnífica para el paseo campestre.
Todo resultaba tan romántico que Sebas no sabía como actuar cada vez que María lo abrazaba y besaba pidiéndole al pronunciarse de aquel modo, que fuese allí mismo donde le hiciese el amor.
¡Amor no debemos! Nos pueden ver.
¡Qué! ¡Narices! Aquí y punto.
Pero no, por mucho que ella insistía, su negatividad no cesaba.
Antes tenía que decirle lo que había tardado tanto tiempo en desvelar.
Era gay, no había estado con ningún otro hombre, pero lo sabía y había abierto los los ojos, desde que convivía con María.
Después de su confesión, que coincidió con el primer trueno de la temida tormenta, María quedó paralizada, sufriendo un inevitable cuadro de ansiedad que deslucia cualquier aspecto romántico del momento y lugar.
Ya que las primeras gotas de lluvia les sorprendió dejándolos empapados.
En cualquier otro instante, aquello hubiese sido motivo para guarecerse del aguacero y haber pasado la tarde o incluso la noche hablando, por decir algo.
María se asustó, no podía pensar, cómo lo diría, cómo lo tomaría su familia. Asustada era la palabra más suave, su pánico iba en aumento escuchando los argumentos de Sebas, para que entendiese.
Mientras tanto aguantaban el chaparrón que estaba cayendo, sus pasos se detenían solo cuando un nuevo rayo caía cerca de allí y por consecuencia el sonido ensordecedor del truno los petrificaba.
Por suerte una caseta para el descanso de los pastores se encontraba delante de ellos.
Aquella estructura rural brutalmente deteriorada asustaba más que la tormenta.
-Entremos tenemos que conocernos. Decía María, con insistencia.
No había duda de que ella tenía también algo que contar.
Una cortina de agua ocultaba como en realidad era la terrorífica fachada de la casa. De la cuál salían unos gritos que los dejó helados, más aún de lo que estaban.
Dudaron en entrar o irse, abandonar por miedo a lo que podían encontrar dentro de aquel mausoleo.
Pero necesitaban más un techo que tener miedo, y pasaron a su interior.
Las telarañas se pegaban en su pelo, el agua de aquellas goteras no habían podido con ellas y sin pensarlo ni un minuto dieron un salto sorteando la tabla rota que crujia bajo sus pies.
-Nosotros hicimos lo mismo.
-Hola somos Erica y Edu.
¿Qué tál?
¿Sois de aquí?
Demasiadas preguntas para una pareja que soportaba aquella angustia desde hacía unas horas.
Hombre y mujer expuestos al miedo de sus propias declaraciones. Él ya se había pronunciado, ahora quedaba ella, que más callada le había propuesto entrar allí, para en soledad descifrar un mensaje que también tenía oculto.
Ahora después de encontrar a aquellos dos jóvenes, con los que ya eran multitud, poca intimidad tendrían para terminar de esclarecer su relación.
Se sentaron alrededor de una hoguera improvisada, la tormenta no cesaba y la cortina de aquella ventana sin cristales, que hecha jirones volaba al interior. Produciendo en ellos el silbido asustadizo del viento un efecto de terror.
Aquellos chicos cansados se retiraron a refugiarse en la pared. Allí quedarían dormidos, mientras ellas siguieron sentadas al calor del fuego…
Su conversación se centraba en el miedo que María y Sebas habían pasado hasta encontrar la casa.
Erica igualmente basaba su miedo en aquella tormenta, aunque entonces María fue un poco más allá, desnudando su miedo y contando aquello tan privado que su novio le había confesado sobre su condición sexual.
Erica miró a los chicos, vio que dormían y se acercó dando saltitos con sus nalgas en el suelo, posicionandose muy cerca de María.
-No te preocupes, si habías pensado tener una noche feliz a causa del miedo, yo también lo tengo. Le decía, mientras apartaba su pelo aún mojado de un modo muy sensual.
-No tengas miedo, le dijo mientras la besaba.
María antes miró a su novio y luego aceptó aquel beso.
-Tranquila, mi hermano también duerme, dijo Erica, que se moría de miedo, al ser la primera vez que exteriorizaba sus sentimientos lesbicos.

Las dos mujeres dejarían sus cuerpos descansar en el suelo, para las dos sería su primera vez, pero sin duda no sería la última.
María antes le había pedido a Sebas que tenían que conocerse y hablar. Cuando él le confesó su secreto, ella fue incapaz de confesar el suyo.
Aquel que ahora asustada hacía latente con otra mujer, la que también tenía miedo.
Pero no había duda de que las dos entendían que estaban expuestas al miedo por culpa de parte de la sociedad.

©Adelina GN

LAS ENSOMBRECIDAS MANOS DEL PASILLO

Las sienes encanecidas le hacían parecer más mayor, sostenía un libro que apenas podía ojear. Pasaba las hojas y sus temblorosas manos iban autómatas acercando sus dedos para humedecerlos. Había sido una devoradora de lectura, una apasionada del tema de misterio. Su género literario favorito, tanto para escribir como para ser leído.

Pronto estará aquí, se decía, ella me leerá. Refiriéndose con aquel pensamiento, a su sobrina Irene. Hija de la hija de su prima Angelines, recientemente fallecida.

Era obvio que la joven llevaba su sangre, pues había heredado su amor por las letras. Varios premios en su corta carrera le habían sido concedidos, ahora se acercaba a su tía, grande también entre las escritoras famosas de antaño, para formarse en el tema que la llamada como ella tenía: el misterio, la intriga, el suspense. Una experiencia de años que la consagró como la diosa y erudita del género a lo misterioso y difícil de resolver.

Irene con casi noventa años ya hacía una década que no escribía y apenas podía leer, su movilidad era casi nula, pero se había negado a ir a una residencia. Ni por asomo se le podía mencionar el que abandonase su casa, aquel que fue su hogar, decía ella siempre, quería custodiarlo hasta su final. Demasiados recuerdos la ataban a la casa, y no todos habían sido buenos. Los primeros años, su incomprendida afición a las letras fue causa de disgustos familiares, que comenzó a subsanar pasados varios años. Provocando tal inestabilidad familiar, que después de la muerte repentina de sus padres, su hermano abandonó el lugar. A partir de entonces comenzó a publicar, sus éxitos se sucedían, eran periódicos, casi tan asiduos como sus maridos. Un total de siete fueron contabilizados en el registro civil de aquel pueblo, un escondido lugar donde las preguntas no formaban parte de sus vidas. Parecía que no importaba, si alguien llegaba o se marchaba, para sus vecinos, era la escritora y nadie se atrevía a poner en tela de juicio nada de lo que ocurría allí. Irene daba prestigio al pueblo, ahora sus éxitos formaban parte de su pasado e Irene, su sobrina, quería aumentar el suyo haciendo que su tía la dejase continuar su última y exitosa novela de misterio, diez años atrás editada con un exitoso triunfo. Titulada con mucho fundamento “ Las ensombrecidas manos del pasillo”

Pudiese ser que la afamada escritora, no lograse que su tía le revelase la fuente de inspiración que la llevó a escribir con tanta fiabilidad su última obra. Aquella basada en un misterioso asesino que escondía sus crímenes, tapiando a sus victimas en el ensombrecido pasillo.

Adelina GN

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EL COLUMPIO

Marta miraba a su hija Hada con orgullo, pronto tendría que decirle la verdad, pero por el momento callaría.
Mientras fuese una niña no la atormentaria con aquella historia del pasado.

Era tan personal e involucraba a tantas personas, que prefería guardar silencio ya que tenía que ver y mucho con la familia.
Recordaré, se dijo y tomando un álbum de fotografías y mientras Hada hacía su tarea escolar las miraba con ternura.
En ellas se veían dos niñas idénticas, en brazos de un matrimonio con aspecto humilde igual que ellas.
Aquel recuerdo fue más allá de la imágen que recreaba su pensamiento.
Viendose de niña jugando en el parque al lado de aquel columpio.
Las dos hermanas peleaban por sentarse allí.
Cualquiera de las dos podría haber sido quien sufriese la desgracia, pero en aquella guerra infantil ganó Hada.
Marta llorando se apartó del columpio sentándose al lado de su abuela, que sin preguntar dónde estaba la gemela la abrazaba consolandola.
Hada pidió a un señor que se acercó al verla sola que la empujase, que fuese fuerte, quería llegar hasta el cielo. Y así aquel hombre lo hacía, lanzándola con fuerza y cada vez que la recogía en aquel columpio la llamaba hija.
Marta no podía entender, una hora después, cuando su abuela y su madre fueron a buscar a su hermana, que volvieran sin ella y regresarán a casa sin más búsqueda.
Cuándo volverá mi hermana, recordaba Marta, que preguntaba todos los días.
Pero nadie le respondió nunca, ellos dijeron que se la habían llevado a la fuerza y la buscarían durante meses, pero jamás la tristeza se hacía presente en sus padres, cuando la policía venía con negativas respecto a su desaparición.
Qué inocente fui entonces, habló en voz alta llamando la atención de su hija, que se acercó preguntando. No es nada hija, cosas de mamá. En aquel momento la instantánea cayó al suelo siendo recogida por la niña, jugando con ella la miró y exclamó… ¡Dos niñas idénticas! ¿Quiénes son mamá?
Mi hermana y yo cariño, mejor dicho tu tía Hada, mi gemela.
La niña siguió preguntando y Marta le tuvo que contar la historia hasta ese punto en el que quedó cuando se le escaparon las palabras.
Después de aquella pequeña explicación volvía a pensar, pero esta vez apretó la boca, en lo inocente que fue cuando en todo aquel tiempo no se habló de su hermana. Y lo bien que llevaban la economía en la familia. No le faltaba un juguete, ni un vestido nuevo, pero después de los años ya supo que habían vendido a su hermana.
La tristeza iba apoderandose de Marta por momentos, tenía muy presente el movimiento de aquel columpio y que hubiese pasado si la ganadora de aquella discusión infantil hubiese sido ella.
¡Mamá! La nombró la niña.
Sentándose en sus piernas.
Háblame de la tía, nunca lo has hecho mamá.
Marta comenzó a ponerse nerviosa, todavía no era el momento, era pequeña para asimilar la historia, no debía de contarle aquello que ocurrió, pero con mucha delicadeza empezó a hablarle de su hermana Hada a la niña. Evitando descubrir ciertos puntos y dejándo el relato en el del columpio.
A partir de aquella tarde no hubo tarde que Hada no le pidiese a su madre que le hablase de su tía, la que se llamaba como ella y la que había desaparecido a la edad de siete años, los mismos que ella estaba a punto de cumplir.

Aquella mañana Marta se levantó de la cama sin descansar, le había dado tantas vueltas a una cosa que era necesario hacer que no había podido dormir.
Mientra desayunaba, la niña se despidió de ella para irse al colegio. Esperó a ver como cerraba la puerta y hasta que no confirmó mirando por la ventana que la niña estaba en la parada del autobús no descolgó el teléfono.
Marta tuvo una larga conversación con alguien al otro lado y colgó confirmando una cita en el parque.

Habían pasado ya unas semanas desde aquella llamada y esa se celebraba el cumpleaños de Hada.
Cuando la fiesta terminó, Marta estaba triste, Hada no sabía que le pasaba y le preguntó, no recibió respuesta alguna, tan solo le dijo que a pesar de estar cansada quería ir con ella al parque. La niña se sorprendió, no era costumbre de su mamá ir allí. Pero no había duda de que la acompañaría, tenía que obedecer era ya una señorita que había cumplido siete años y no podía negarse.
Fueron paseando, no estaba muy lejos de allí, al llegar Hada se soltó de la mano de su mamá y fue directa al columpio que por como se movía parecía haber sido usado.
Marta se sentó en el banco, su semblante era de pena, su corazón se aceleraba cada vez más y Hada entonces le pedía gritando que fuese a columpiarla.
Mientras su mamá se negaba con una media sonrisa, comenzaron a empujar el columpio mientras le decían ¿Quieres hasta el cielo?
Y cuando volvía éste y la recogía, terminamaba diciendo, hija.

La tristeza de Marta no era para nada infundada, una gran madre había vuelto después de siete años a recoger a su hija.
Habían pasado muchos años cuando después de mucho indagar encontró a su hermana gemela, entonces no podía volver al que fue su hogar ni tampoco al que la compró pues tenía un bebé, por lo que dejó a su hija con su hermana Marta que la crió para devolversela, cuando ésta tuviera mejor su vida.
Casualmente en el mismo lugar y en el mismo columpio donde desapareció.

©Adelina GN

 

 

CONFIANDO EN UNO MISMO

Reto en El Maravilloso Mundo de los Libros
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Martín era feliz, no había duda de ello, sus risas lo delataban, junto a su mujer Leonor emprendía el último viaje de su vida, pero antes quedaba por realizar algo, un detalle que no quería que se le escapara, el agradecimiento a su amigo Hector. Su amigo el comisario de policía que prácticamente y gracias a su declaración en el juicio, hicieron que saliera absuelto de aquellos crímenes en serie que le encausaron.

Muy cabizbajo entró en la jefatura, avergonzado por aquellos hechos, las miradas de sus compañeros lo decían todo, muchos de ellos no creían en su inocencia y a medida que él avanzaba caminando despacio, ellos se retiraron a su presencia. Otros como Héctor, le tendían la mano en señal de amistad, despidiendo al compañero acusado injustamente de aquellos crímenes que no tenían nombre. Unos asesinatos que aún no tenían un culpable, cuatro mujeres entre 30 y 40 años habían sido apuñaladas sin piedad por un asesino en serie, un sujeto sin escrúpulos les había arrebatado la vida… Y las remataba con una puñalada certera en el bajo vientre. La confesión de su amigo el comisario Martí niega fue su salvación ante el juez y el jurado que lo dejó libre, pero bajo sospecha hasta que encontrasen al verdadero culpable de aquella sanguinaria barbarie. Aquel y no otro era el motivo que le llevaba a Martín a su oficina, despedirse de su amigo Héctor y comunicar donde viajaría con su esposa para descansar de aquellos dos meses en los que había estado preso…

Ya en la carretera, por cierto desierta, él iba conduciendo, tranquilo y muy feliz por comenzar una nueva etapa de su vida, junto a Leonor. Entre risas le pidió un cigarrillo…

-No pienso que vuelva a fumar, pero ahora me apetece, le dijo a su mujer…

Martín lo encendió, inhalo el humo como si no hubiese un mañana, la sensación de bienestar se notaba en él al soltar por su boca el resto de la calada que había dado…

-¡Genial!… ¡Cómo se agradece!… Después de dos meses sin hacer otra cosa que ver los barrotes de aquella celda y las mismas caras a diario…

Un infierno, fue un infierno se repetía una y otra vez… Cuando de pronto Leonor comenzó a conversar, le decía que no fumase tanto, pues ya llevaba medio paquete gastado, él le sonrió contestando a su consejo…

Tengo que hacer todo lo que no he hecho en todo este tiempo… Entonces sus manos apretaron fuerte el volante, al escuchar la contestación en plan de burla de su esposa…

¿Cómo? ¡Pues por mí como si te mueres! Y soltó una carcajada, cogiendo el tabaco de la guantera y encendiéndose ella un pitillo de modo insinuante…

Aquellos momentos fueron de un silencio sepulcral, la noche había hecho su presencia, Leonor se había dormido, cuando Martín hizo un viraje inesperado… Ella se asustó y despertó sobresaltada preguntando que había ocurrido… Con un rictus de enfado Martín le decía que habían pinchado y que continuase durmiendo… Se bajó del automóvil y pasó a abrir el maletero. Cuando vio que Leonor le había hecho caso, tomó de allí un machete y volvió a entrar en el coche, ella ni se inmutó cuando le asestó más de seis cuchilladas por todo el cuerpo, terminando con la que él creía que acababa con su vida. Acto seguido él mismo se producía en los brazos y las piernas varias de aquellas puñaladas, pero en sitios estratégicos de su anatomía, quedando herido pero no de gravedad. Así con el cuerpo de su mujer cosido a puñaladas, y él sangrando reanudó el viaje, no sin antes quitarse los guantes y enterrarlos junto al arma blanca en el arcén donde más maleza había. Miró a su alrededor y confiado se quedaba, pues aquella carretera no era nada transitada… Quedaban tan solo dos kilómetros para llegar y se decía que aguantaría, y que diría que a la entrada del pueblo alguien les había hecho parar y que así como les contaba habían ocurrido los hechos ya que nadie lo había visto matar a su esposa.

Pero la mente enferma de Martín, su esquizofrenia, sus ganas de matar no le dejaron ver lo que podía ocurrir con aquel hecho, en el que por mucho que dijese que a él también le habían atacado, nadie se lo creería…

Continuó conduciendo como pudo, no sentía las piernas y sus brazos perdían movilidad por momentos. Cuando allí en lo alto del cielo estrellado, le pareció ver un ojo gigantesco que lo miraba acusándolo de lo que había hecho. Su mirada se nublaba e intentó fijarse donde quedó el tabaco, alargó su mano y la empapó con la sangre de Leonor, ahí se daría cuenta de lo que había hecho. Pero ya era tarde para rectificar nada, las luces que veía ahora le indicaban que estaba llegando a su destino…

Aunque no era así como él pensó, las luces eran del control policial que le estaba esperando, una barrera humana con la que acordonaron la entrada de aquel pueblo de caza, donde iba a refugiarse para rehabilitarse de su perfil como asesino en serie. En aquel punto se encontraba su amigo el comisario, avisado por los controladores del bosque, al recibir de las cámaras de seguridad su acto criminal…

Quién le iba a decir que aquel ojo que le pareció ver en su delirio era el reflejo de uno de aquellos drones que mantenían activas las cámaras que vigilaban los actos vandálicos de los cazadores furtivos… Tomando de aquel modo el bestial acto de asesinato que acabó con la vida de Leonor…

Pero no habría nada que aclarar al respecto, ya que el vehículo se empotró en una gran piedra, con un cartel en la que se leía “Zona vigilada por radar” y que él no leía porque estaba ya muerto…

©Adelina GN

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ORBALLO

Otro año mis amigos y yo organizamos la reunión de los colegas, una fiesta de maduritos hombres y mujeres, reunidos en mi apartamento de la playa, y contar entre risas nuestras propias anécdotas. Cerrábamos puntos respecto a aquel fin de semana, al que la climatología del mar le jugaría una mala pasada, puesto que cuando las bravías olas alcanzarán aquel edificio, todo plan sería perjudicado. Entre los seis decidimos cambiar en aquella ocasión de ubicación y trasladar la kedada a una casa rural, mejor dicho a la casa del pueblo. La casa de mi abuela sería esta vez el escenario para festejar que seguíamos siendo una piña, que en lugar de separarnos e ir cada uno por nuestro lado, estábamos unidos como hacía treinta años atrás. Todos habíamos formado una familia fuera de aquel grupo respectivamente, seguíamos conservando a aquellas seis parejas que en su día se unieron a nuestras vidas. Fui la primera en llegar, como dueña de la casa mis amigos decidieron muy amablemente que fuese yo quien se ocupase de habilitar aquel lugar, encendiendo la chimenea y aclimatando la fría casa, para cuando los cinco llegasen. También llueve aquí, me dije… Pero por suerte era de otro modo, con menos intensidad el orballo caía sin parar sobre el suelo más antiguo de la contornada, y un miedo a la soledad me embargó por un instante. La ausencia de gente por las calles del pueblo me predispusieron a quedarme allí hasta que mis amigos llegasen, hubiese podido escuchar música, pero no, mi gran amor sobre los libros de magia y conjuros, ha los que mi abuela me había aficionado, me atraparon una vez más. Abrí aquel centenario manuscrito por la página de los deseos y recorrí sus líneas hasta llegar a las misteriosas letras que leímos mi novio entonces, y yo, en el que deseamos estar siempre juntos y en soledad para disfrutar cada momento en nuestras vidas. Aquel hechizo parecía que había surtido efecto, pues desde aquella noche en el que bebimos el brebaje preparado con la lluvia de orballo, unas gotas de sangre y un poco de barro recogido de la puerta de la casa donde los amantes vivirían su primera soledad juntos, ni la presencia de unos hijos nos habían hecho compañía. De pronto el sonido del móvil me traía de regreso a la actualidad, contesté, era Juan, mi marido, su plan se había deshecho y me dijo, que estaba en camino para pasar esos días con nosotros. Me alegré mucho, y no sé por qué razón me puse nerviosa, tanto que fui a la cocina a prepararme algo de comer. Ahora tendría que explicar la presencia de Juan en nuestra reunión, pero no creí que les importara, y ya estaban tardando mucho, cuando pensé que ojalá no viniesen, después de recordar aquella primera noche solos, me apetecía tanto…

¡Me corté! ¡Qué estúpida soy!

Envolví mi herida con una servilleta de papel y cogí un vaso para servirme un refresco, en aquel momento llamaron a la puerta y una nueva llamada sonaba en el móvil, como pude fui a contestar pero dejó de a hacerlo, por lo que atendí la puerta, como pude la abrí con el vaso en la mano, me entretuve por un momento, la llave no giraba y jalé fuerte de ella cayendo sin remedio al suelo…

¡Qué torpeza la mía!

No tengo remedio

La recogía ensuciando de barro el apósito que me había puesto en la herida sangrando y salí hasta la calle pues no veía a nadie, varias gotas de orballo se llegaron a introducir en el vaso, mezclando la sangre que con el barro al recoger la llave se habían mezclado. Haciendo de aquel modo la brujería de la soledad… No veía a nadie, ni entendía quién podía haber llamado, la calle estaba desierta y un escalofrío recorrió mi cuerpo, escuchando desde allí como el móvil volvía a sonar. Pero me paralice, me quedé estática, aquel sonido se eclipsaba con aquel otro que ahora escuchaba. Un gruñido de lamento salió del suelo acompañado de aquellas cinco luces extrañas. Me asuste de tal manera que sin saber como lo hacía me llevé el vaso a la boca bebiendo aquel trago de magia…

No sé las horas que habían pasado, pero por fin Juan llegó, me encontró llorando y desquiciada de los nervios, me abracé a él enloquecida, mientras le intentaba decir algo…

¡Tranquila querida!

¡No llores!

¿Quién te avisó?

Para cuando pude articular palabra no hacían falta explicaciones, mi marido había sido testigo del trágico accidente que mis cinco amigos habían sufrido y por el cual los cinco habían perecido a consecuencia del orballo…

©Adelina GN

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