ABOCADA AL DOLOR
Entró en el inquietante subterráneo de mi apasionado ser.
La tarde rezumaba muerte sin que nadie quisiera verle, asociando mi miedo al que daba su ser.
Su guarida me asustaba, pero era el único cobijo que me guardaba.
No llores, me decía dejando caer su garra en mi garganta, yo gritaba sin poder besar su vomitiva boca.
Mi dermis erizada quedó a su merced con vampíricos y salivosos besos.
Iba a ser mi asesino, en aquel bajo escondido, allí la vida perdería, mientras él con sus dientes la yugular me partiría.
Adelina Gimeno Navarro