Esta es mi participación en el concurso de Zenda
Es un relato novelado sobre una curiosidad de Miguel Ángel Buonarroti en concreto de su obra el David.
HistoriasdelaHistoria
LO QUE ESTÁ DENTRO
-Desliza tu mano por el húmedo vidrio Mario, le decía, Flora a su hijo.
Mientras lo hacía, el niño esbozaba una sonrisa triste, su mamá enferma le quería mostrar que fuera de aquella habitación seguía la vida.
La lluvia resbalaba por el cristal, y el cambio de temperatura lo hacía sudar, mientras él se estiraba la manga, cogiendo el extremo con el puño y frotaba, viendo que fuera la lluvia no le dejaba salir a jugar.
Ella, también comprendía que a su partida el niño quedaría triste y abatido, por lo que personalmente era su deber como madre, que aquello no sucediese, explicar al muchacho que todo no termina con la muerte… Que su vida seguiría y que el sino estaba ahí, que lo que tenía que ser sería.
Pasados unos días de aquella reflexión que la madre hizo al niño, la lluvia había dado una tregua y un tímido sol lucia para el deleite callejero de cualquiera que viviese entre el arte que encierra Florencia. Mario con tan solo seis años quedó huérfano de madre, y no muy buena era la situación de su padre Luis, que junto a sus hermanos pasaron de vivir de rentas a tener que trabajar.
Nuestro amigo jugaba feliz, mientras que solo en la cabeza, le rondaba la idea de ser escultor. Pero su padre tenía otros planes para él, quería que estudiase ortografía, que llegase a ser un erudito de las letras. Allí en la explanada que rodeaba las viviendas vecinales, entre las que se encontraba la suya, Mario decidió que sería lo que el destino le tenía preparado, igual que su madre le aconsejó siempre.
Aquel muchacho creció, convirtiéndose en un apuesto hombre, alto fuerte y musculoso. Las mujeres lo perseguían, elogiando a su paso sus andares, aunque Mario bromease con ellas y se acercase en ocasiones, tan cerca de su rostro como insinuando sus modos. No era esa la feminidad que le gustaba, los similares al suyo eran los cuerpos que al escultor le agradaban. Aunque la atracción que lo atrapaba, la tenía injustamente que esconder, pues él sabía del consabido malestar de su padre, que unido al hecho de que quería ser artista, surgían las discusiones. Y aquellas habladurías lo situaban en el centro de todas las conversaciones habidas y por haber, de su entorno más cercano.
-Hay que esperar, todo llega en la viva, -recordaba Mario en aquella, otra tarde lluviosa, muy parecida a la que su madre le dio tan grandes consejos.
Mario, destacaba por su seriedad, gran trabajador e incansable artista, amante de lo suyo, tanto fue así que Mario asumió toda la responsabilidad de la familia.
Muchas eran las veces que su trabajo le mantenía sin dormir, era incansable, y un perfeccionista empedernido.
Al salir de su trabajo, le esperaba una lección de vida, algo que siempre llevó por estandarte, su humildad, sus ancestros con más de trescientos años de antigüedad en aquella artística ciudad. Un linaje al que hacer honor y al que honrar, estaba presente en sus obras de arte.
Una perfección infinita que lo llevaba a un místico estado, creía en Dios y en que todo es obra de Su Divina Mano.
Siempre y a la misma hora, Tomás lo esperaba en la esquina de la calle mayor del pueblo; él era un par de años más joven que Mario, pero la picardía no era la misma, tal vez el golpe al poco de nacer, historia que siempre se contó, le ocasionó un estado y una actitud tranquila sin malicia.
Aquel día sería especial, tan distinto que a Mario, Tomás le arrancó una sonrisa…
–Tenemos qué mover eso, Mario –preguntaba el infantil amigo del escultor.
–No (reía) –lleva esperando para mí –ha sido un material despreciado por otros artistas y yo, lo voy a hacer valer –y siguió diciendo Mario…
–Tomás, esperé mucho tiempo para limpiar la materia prima que me han proporcionado para el trabajo.
Mientras tanto hablaba, sus ojos iban componiendo lo que sería por el resto de su vida su obra maestra y perfecta, a pesar de que la historia se encargase de sacar de ella defectos y curiosidades.
El gran patio descubierto le sirvió para hacer diversas pruebas para realizar la escultura, arreglando el gran bloque de mármol que en tan malas condiciones le habían entregado.
Tomás le acompañaba a diario, él con su gran ternura que le caracterizaba dejaba que ella hiciese bondad cada día, mientras ponía en práctica una vez más la lección de amor por los demás y que su madre le inculcó desde niño.
Mario se abrigaba en sus oraciones, pensando siempre que le acompañaba en cada uno de sus trabajos. Y en este, posiblemente fuese así para los creyentes, ya que aquel era un bloque más de mármol. Sin duda manipulado por otros, pero igual que en todas las personas, lo bueno siempre está dentro y de ese modo tan singular, de una forma indirecta la lección de vida llegó a las manos de Mario.
Después de idas y venidas, de interrupciones consecuentes por diferentes motivos, la continuidad de su trabajo delante en la gran plaza, quedó terminado.
Un grupo de trabajadores de diferentes géneros del arte, se reunieron en torno al artista.
Sonreían, con sarcasmo, siempre en soledad nadie creyó aquello que vio, cuando Mario descubrió la estatua que había realizado con un cincel y sus propias manos.
El rostro de aquellos hombres, quedaba paralizado, sus risas enmudecieron y comenzó ahí la curiosidad y el dato que nos hace pensar…
–Mario, dinos, cómo lo has hecho –decía el que miraba el monumento.
Entre ellos especulaban y murmuraban, que no era obra de un ser humano.
Sobrepasando el atrevimiento, uno de ellos preguntó…
–¿Mario, de qué forma has podido sacar esa perfección extrema de los rasgos de la escultura?
Y ahí viene la humildad en forma esta vez de sabia respuesta…
–Queridos amigos, yo no hice nada, simplemente quite la piedra sobrante.
Adelina Gimeno Navarro