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Me acerqué a él para ver como me quedaba el disfraz de indio. Viendo con asombro que no se trataba de un espejo. Un gran agujero en la pared me permitía pasar al otro lado.
Haciendo aquello que me daba tanto respeto, me adentré en el vergel con una ilusión incontrolada.
El sonido de la hojarasca bajo mis pies hacía que temblase, pero ante aquellos ruidos tétricos no podía parar, y decidido saqué la flecha del carcaj y le apunté sin vacilar.
Ahora me miro en el espejo y sonrío, ya no tengo miedo.
Rostro alegre, así me llamó él.
Adelina GN